«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido»
29º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 10, 35-45
Han pasado cuatro semanas desde que escuchábamos un pasaje similar al que tenemos este domingo ante nosotros. Hace varias semanas, los discípulos discutían entre ellos sobre quién era el más importante cuando atravesaban Galilea tras el anuncio de Jesús de su Pasión. Ahora, tras el último anuncio de la Pasión, no se trata simplemente de una controversia oculta entre ellos, sino que se dirigen al Maestro directamente para que haga lo que le piden: «Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Se trata, pues, de un episodio que debió de quedar intensamente grabado en la mente de los discípulos y de la primera comunidad cristiana, puesto que no son estas las dos únicas ocasiones en que, con algunas divergencias, lo encontramos en el Evangelio; en Mateo es la madre de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, quien solicita este favor al Señor. Uno de los datos más relevantes de este diálogo es el escenario en el que se da: nos situamos en un momento en el que Jesús es acompañado por sus amigos en el camino hacia Jerusalén, que va unido al dramatismo de los últimos pasos del Señor antes de padecer, morir y resucitar. Los anuncios de la Pasión que hemos escuchado hasta ahora por boca de Marcos se caracterizan por la poca comprensión de los discípulos ante la noticia sobre el futuro que aguarda al Maestro. El evangelista ha querido utilizar el recurso del contraste y la falta de sintonía entre el estado de ánimo de Jesús y las preocupaciones mundanas de los apóstoles.
Sin duda, los discípulos habían oído en reiteradas ocasiones hablar al mismo Cristo sobre el significado y las exigencias del Reino de Dios y del seguimiento a su persona. Además, junto a los gestos y palabras de Jesús y la amplia aceptación que tienen entre la mayoría de la gente, el Señor no ahorrará explicaciones para presentar también con un completo realismo, y crudeza si es necesario, el futuro tan poco atractivo, mundanamente entendido, para los que se deciden por seguir al Maestro.
Los planes de Dios
Sin duda, esta página busca situarnos frente a la divergencia y desproporción que tantas veces se da entre los planes del hombre y los de Dios. Hace unas semanas veíamos cómo los apóstoles entendían ser el primero en clave de poder o dominio político. Anteriormente, Pedro era el que increpaba al Señor por anunciar su muerte. Pero en este momento, la respuesta del Señor desmontará por completo estas concepciones. Al hablar del cáliz que iba a beber y del Bautismo con el que iba a ser bautizado, está presentando un horizonte que, lejos de hablar de éxito humanamente entendido, sitúa ante los discípulos la muerte y el fracaso, representados por el cáliz y el Bautismo.
Para iluminar estas imágenes sirven el resto de pasajes de la Escritura que la liturgia nos ofrece en este domingo; en particular, la primera lectura, de Isaías, y la lectura de la carta a los Hebreos. No es casualidad que la primera lectura, del cuarto canto del Siervo, se escuche también en la celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo. Ahí Jesús es triturado por el sufrimiento y entrega la vida como expiación, al mismo tiempo que carga con los crímenes de muchos. La carta a los hebreos se refiere a Jesús como al Sumo Sacerdote probado en todo, menos en el pecado; alguien que se ha convertido en mediador entre Dios y los hombres.
No es posible, por lo tanto, contemplar el cáliz y el bautismo al que el Señor se refiere, sin considerar a Cristo, no solo como quien se dirige hacia un destino dramático, sino como el que únicamente de este modo será glorificado. No será posible ahorrarse la Pasión y la Muerte para alcanzar la Resurrección.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».