El gurú no miente - Alfa y Omega

Vandana es una chica normal, de la tribu vasava, que malvive en un pueblo polvoriento que se llama Nangal, en el que hay un buen número de familias cristianas, incluida la de Vandana. Tan normal es la niña que a los 18 años se escapó con un chico del pueblo vecino con el que tenía prohibido salir por ser de otra tribu. Se escaparon por la mañana, pero hacia el atardecer la pobre pareja, sin recursos, ya no tenía dóde esconderse y Vandana, más decidida, llamó a la puerta de la misión. Les recibió el padre X., que, compasivo, les permitió alojarse allí por una noche.

Pero esa misma noche los padres de Vandana, buscando angustiados a su hija, también llamaron insistentemente a la puerta de la misión, pasadas ya las once de la noche. Abrió la puerta el pobre padre X. al que preguntaron, muy alterados, si su hija Vandana había pasado por allí o si sabía dónde podrían encontrarla. Con intención de protegerles y con mal entendida lealtad, el buen padre X. les dijo que no sabía dónde estaría Vandana, pero que no se preocupasen, que seguro que la volverían a encontrar sana y salva.

Unos días después la pobre Vandana volvió llorosa y arrepentida de su fracasada aventura y los padres se enteraron de que había pasado la primera noche en la misión. A Vandana la casaron poco después con un muchacho vasava que sus padres eligieron –y son felices– y al mismo tiempo le comunicaron al padre X. que jamás volviera a poner los pies en su pueblo.

Seis años después de esta aventura y conociendo la historia me atreví un día a presentarme en Nangal y me entrevisté con el padre de Vandana, que se llama Ambaram y es como el jefe indiscutido de la tribu. Después de escuchar su versión de lo ocurrido me atreví a preguntarle: «Y qué le parece si yo, que no soy el padre X., puedo volver a visitar este pueblo?». El hombre se lo pensó, y después de unos minutos en silencio, me dijo: «Bien, puede usted volver, pero recuerde que para nosotros el gurú es como una persona sagrada y santa, y de él esperamos que diga siempre la verdad. ¡No nos fiamos de un gurú que miente!». Llevo ya varios años visitando Nangal, donde he hecho amigos y, aunque no sea todo lo sagrado y santo que ellos esperan, me guardaré bien de decir la más pequeña mentira, amén de que los jesuitas siempre tenemos el dudoso recurso de la restricción mental, truco que el buen padre X. no conocía.