El flamenco también ayuda a la salud mental
La asociación AISS, que ayuda a pacientes con enfermedades mentales a llevar una vida normalizada, celebró en Madrid un encuentro festivo en torno a la música para dar visibilidad a estas personas. A veces el piano llega más que la terapia, aseguran
Isabel lleva los últimos doce años, de los 64 que tiene, viviendo en uno de los pisos tutelados para personas con enfermedades mentales graves de la Asociación de Iniciativas Sociales (AISS). «Mis padres se hacían mayores y no sabían qué hacer conmigo», resume con total sencillez y sinceridad. Un sacerdote amigo de la familia les pasó el teléfono de AISS. El aterrizaje no fue fácil, pero «la gente era tan maja…». Ahora Isabel se siente como en casa. De hecho, es su casa. «Aquí estoy tranquila, sé que me van a cuidar y estoy atendida». Ahí además conoció a su novio, otro de los ocho residentes de la vivienda. «Fue verle y…». Todos ellos forman «una familia nueva» en la que «procuramos ayudarnos y que los otros se encuentren también bien». Sentirse acompañados es importante, «porque a veces pasas ratos…». No concluye las frases, pero sus gestos y su mirada lo dicen todo. «Te sientes comprendido porque las personas que están contigo también tienen una enfermedad mental y te cuidan».
Hacen el día a día normal de una casa. «Levantar, nos levantan. Si no, con la medicación es imposible». Se preparan cada uno su desayuno y después llega el momento de la ducha y las actividades. Isabel colabora con una librería online en un trabajo que «es precioso porque me encantan los libros». El problema es el ordenador: «Soy un caso», ríe. Pero no abandona porque «no puedo estar sin hacer nada». Después va al gimnasio. «El deporte genera endorfinas y eso ayuda a ser más feliz». Come en casa —«una chica de la asociación cocina diariamente»— y por la tarde ven la televisión, juegan, «doy un paseo con mi novio, voy a Misa, al supermercado, o veo escaparates. Solo mirar; comprar es otra cosa». Viven en el corazón del madrileño barrio de Salamanca.
Orden y música
De lo que se trata, en cada uno de los siete pisos tutelados que tiene AISS en Madrid (siempre en zonas céntricas para facilitar la vida), es de que asuman las actividades básicas de la rutina diaria: higiene, alimentación, adherencia al tratamiento y orden. Lo cuenta Paula Cuesta, psicóloga de la asociación. «Todos logran tener una estabilidad. Aunque a veces hay estresores, y por eso el trabajo siempre es para prevenir los brotes». De este modo, se hace un programa de intervención individualizada. Es «importante conocer a cada uno de ellos y que no sean simples pacientes». El objetivo es que llegue un momento en que puedan iniciar una vida autónoma y normalizada. De hecho, hay muchos «que salen, se han casado…». Así pasó con Rodrigo, un joven que llegó diciendo: «He tocado fondo, no veo la luz». Como era violinista, el trabajo pasó por conectar con él a través de la música. «Ahora es profesor de violín y está independizado. Que viniera tan destrozado y haya conseguido revertir la situación es la máxima satisfacción», asegura la psicóloga.
Precisamente la música fue la protagonista del encuentro que el pasado viernes tuvieron residentes, familiares y voluntarios, abierto también a otras personas, en uno de los pisos tutelados para celebrar juntos y dar visibilidad a la enfermedad mental. El arte, destacó Ana Villota, presidenta de la asociación, «tiene un impacto directo sobre nuestras emociones y es una herramienta de las más sanadoras; a veces nos cuesta más llegar con terapias convencionales que con la nota de un piano». Parafraseando a Picasso, «el arte limpia del alma el polvo de la vida cotidiana».
Así, en el salón de la casa, ante estanterías abarrotadas de libros —obras de Antonio Machado o Jorge Luis Borges, o una antología de letras de Bob Dylan—, los invitados pudieron escuchar a Paco de Lucía o tangos de Carlos Gardel de las manos de un violinista y guitarrista. Y también el flamenco. «A veces las palabras no llegan, pero la música traspasa todas las fronteras y llega al alma», afirmó Cristian Almodóvar, bailaor, antes de interpretar unas soleás. «Sus letras llevan a la esperanza y a la vida». No era la primera vez que Cristian utiliza su don para trabajar con personas con dificultades, porque el flamenco «potencia la autoestima, agiliza la memoria y fortalece la masa muscular». Y la gente le sigue. Como esa coplista improvisada que se lo cantó en una visita a un centro de personas con discapacidad en Tres Cantos. O, el viernes, la misma Agustina, residente en un piso de AISS, que a sus 78 años se lanzó a bailar sin pensarlo. «Quien sale a bailar, bailó de joven; se trata de rebuscar eso en su memoria».