El final de los tiempos
33º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 21, 5-19
Celebramos el domingo XXXIII del tiempo ordinario, ya el inmediato al final del tiempo litúrgico. Por lo tanto, es el anuncio explícito de ese final. Así, el sentido de este domingo es prepararnos al domingo siguiente, que es la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, la fiesta del triunfo del Señor.
El Evangelio presenta la primera parte del discurso escatológico de Jesús. A las puertas de su Pasión, Jesús pronuncia una palabra sobre el fin de los tiempos y sobre el acontecimiento que recapitulará la historia: la venida gloriosa del Señor (cf. Lc 21, 27), precedida de algunos signos que los discípulos deben interpretar con inteligencia.
El pasaje muestra el anuncio de la destrucción del templo. Fueron palabras de Jesús que impactaron mucho. De hecho, la acusación que le hicieron en el juicio ante Caifás y ante el Sanedrín fue precisamente que trataba de destruir el templo (cf. Mc 14, 58). No estamos ante una cuestión secundaria, porque para un judío este era la morada del Señor, el monte Sión, el lugar del encuentro con Dios. Buscaron testigos falsos, deformaron sus palabras; Él había dicho que el templo sería destruido, pero no dijo que Él lo iba a destruir o que iba a levantar un movimiento violento. Esto no entraba en su línea de conducta.
Lucas nos está diciendo que la destrucción del templo no es el final, y que la venida del Reino de Dios será la aparición en gloria del verdadero templo: del Cuerpo sacrificado y, a la vez, glorificado de nuestro Señor Jesucristo. El templo se puede destruir, pero la venida de Dios no.
¿Qué quiere decir esto? Los cristianos vemos con tristeza el ateísmo convertido en forma de vida. Hay mucha gente que vive como si Dios no existiera. Es una desgracia que trae consecuencias destructivas de primer orden. Toca el fondo de la moral, corrompiéndola. Eso está encerrando al ser humano en sí mismo, donde la verdadera libertad se va a ir apagando. Pero tal vez Dios lo está consintiendo, aunque no provocando. Quizá gracias a ese ateísmo están cayendo las falsas o deformes representaciones de Dios, para que Él pueda emerger con novedad, con más verdad, y se abra así la puerta a una venida cada vez más próxima del Señor.
No se trata de ser antirreligiosos, eliminando la religión de la vida pública. Eso sería hoy una aberración, porque sería atentar contra la libertad religiosa, y aparecerían en la calle manifestaciones ideológicas que, en el fondo, son religiones ateas. El final podrá ser muy doloroso: para quien se cierre absolutamente podrá ser la desgracia eterna. Pero, en sí, en la voluntad de Dios esa entrada no va a ser un arrasar la historia, un destruir todo lo que nosotros hemos soñado y construido. Cuando le preguntan a Jesús, dirá que el templo será destruido, pero deben pasar muchas cosas: hambres, guerras, enfrentamientos, rupturas…
Nosotros aguardamos con paz y en caridad al Señor. Jesús dirá acerca del final que el día y la hora es cuestión del Padre, que no le atañe a Él, sino que Él avisa para que estemos preparados. Nuestra confianza está en Dios, y sabemos que el Señor vendrá, y nos dedicamos a preparar esa venida. Pero con mucha paz interior, en una Iglesia que espera, luchando para mejorar las condiciones de vida, embelleciendo el mundo, cuidándolo, trabajando con cariño y lealtad, poniendo nuestro corazón en nuestra misión.
¿Cuál es el mensaje de fondo? Debemos estar a la espera, el Señor viene. No podemos echar raíces en el reino del hombre. No podemos poner nuestra confianza interior en la ciencia, en el dinero, en esta felicidad. ¿Dónde tenemos que poner el acento? ¿Hacia dónde tenemos que dirigir la oración? ¿Y si Dios nos estuviera pidiendo una religión más personalizada, interiorizada, mucho más vinculada a la fe en Jesucristo y a la Palabra de Dios en la Biblia? La teología es necesaria porque tenemos que dialogar con la razón, pero sabiendo siempre que nuestras construcciones teológicas son aproximadas, y valen más para tapar la puerta a los errores y desviaciones para introducirnos en el misterio de Dios. El verdadero ser íntimo de Dios que nosotros alcanzamos se llama Jesús, y nos unimos a Él mediante la fe y la comunión en su Cuerpo y en su Sangre.
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida».
Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndonos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».