El término populismo se ha convertido en un cajón de sastre en el que caben desde Donald Trump hasta Nicolás Maduro. Más allá del análisis académico y científico del término, necesario, pero propio de la filosofía política y las ciencias sociales, abunda un uso social del mismo que carga con un significado peyorativo. Populista se ha convertido en un insulto o descalificación que se utiliza como arma arrojadiza y que en muchas ocasiones encubre otros males políticos. Me refiero, por ejemplo, a la demagogia y, ¡cómo no!, al maquiavelismo. Este último, de trazo más fino, pero, con toda seguridad, de alcance más perverso, no recibe hoy la atención debida. Y, sin lugar a duda, es uno de los principales males de la vida política. La noción común de maquiavelismo se identifica con la consabida sentencia de que «el fin justifica los medios». La cosa es un poco más compleja. En política, maquiavélico es quien concibe el poder como objeto de dominio y cifra su éxito político inmediato en la conquista y conservación del poder por cualquier medio. Así concebidas, la política y la acción política se hacen independientes de la moral, al tiempo que acaban reducidas a instrumentos al servicio de un grupo restringido. Cómo vencer al maquiavelismo no es una tarea sencilla, sino compleja. Y lo es porque el maquiavelismo no se neutraliza con un hipermoralismo que convierte la ética política en algo impracticable; sino, como escribía J. Maritain, con la ley y el derecho que están en la base de una verdadera democracia o «comunidad de hombres libres». En El hombre y el Estado, dedica Maritain varias páginas a esta cuestión, en la línea de un ensayo previo titulado El fin del maquiavelismo. Merece la pena leer y releer estas páginas. La recomendación venía, hace un año, de la mano de mi buen amigo Eugenio Nasarre. «El olvido de Maritain es un mal signo», escribió Eugenio en el 50 aniversario de su fallecimiento. «Busquemos la forma de leerlo o releerlo, porque ayudará a la comprensión de los problemas de nuestra época y de sus desafíos, así como para descubrir posibles caminos hacia una civilización, que dará a los hombres no ciertamente la felicidad perfecta, pero sí un ordenamiento más digno y los hará algo más felices en la tierra».