El entierro del superviviente de Tibhirine «fue un encuentro interreligioso»

El entierro del superviviente de Tibhirine «se convirtió en un encuentro interreligioso»

«La reacción de la población marroquí ha sido muy afectiva y cercana», asegura el español José Luis Navarro, monje en la comunidad cisterciense de Nuestra Señora del Atlas, de Midelt

María Martínez López
Superviviente de Tibhirine
Giovanni D’Ercole (primer plano) y el cardenal Cristóbal López, durante el entierro del hermano Schumacher. Foto: AFP / Fadel Senna

«En el nombre de Dios, el Clemente y Misericordioso: alabado sea Dios, señor de los mundos, dueño del Día del Juicio. A ti imploramos, a ti te pedimos ayuda…». El canto de la fatiha, los primeros versículos del Corán, se elevó al cielo desde el cementerio de la comunidad de Nuestra Señora del Atlas en Midelt (Marruecos).

Muchos musulmanes habían acudido el día 23 de noviembre al entierro del hermano Jean-Pierre Schumacher, último superviviente de Tibhirine. Entre ellos estaban las autoridades locales y el sufí Faouzi Skali, «organizador del festival sufí de Fes y un antropólogo bastante famoso en el mundo del diálogo islamo-cristiano», explica José Luis Navarro, español miembro de la comunidad cisterciense. «Ya que había tantos musulmanes, también querían rezar por el padre Jean-Pierre según su tradición». De esta forma, «su propio entierro fue un encuentro interreligioso».

Justo antes el cardenal Cristóbal López, arzobispo de Rabat, había celebrado las exequias. Giovanni D’Ercole, obispo emérito de Ascoli, que acompaña a la comunidad en ausencia de su prior, presidió la inhumación. También acudieron bastantes sacerdotes, algunos de los cuales «tuvieron que conducir muchos kilómetros», y un buen número de hermanos de las dos diócesis en las que se divide la Iglesia en Marruecos.

Dátiles en el cementerio

Schumacher es el primer cisterciense en descansar en el cementerio del monasterio, pues hasta ahora solo habían sido enterradas en él religiosas de la comunidad franciscana que se lo cedió. Como dictan tanto la costumbre cisterciense como la local, el ataúd fue depositado directamente sobre la tierra. A continuación, se repartieron los dátiles que se comen en Marruecos en esta ocasión, «como si el difunto te invitara». A quienes se marchaban en seguida se les ofreció un té con pastas. A los demás, la comunidad los invitó a comer tajín.

Se cerraban así tres días intensos, desde el fallecimiento del monje, de 97 años, el domingo anterior, mientras sus hermanos estaban en Misa. Nada más conocerse la noticia, acudieron al monasterio las autoridades provinciales y locales, incluido el pashá o gobernador, para ofrecer sus condolencias y su apoyo. «Todo el mundo nos ayudó, como siempre. La reacción hacia nosotros de la población marroquí de aquí es muy afectiva y cercana», relata Navarro.

«Atender a las visitas como a Dios mismo»

Hasta el día anterior había podido estar charlando un rato y confesar a un misionero javeriano que estaba de visita. El monje español subraya cómo siempre estaba atento a todos. Cuando estaba mejor y se ocupaba de la secretaría del monasterio y de la portería, «tenía bastante trabajo de facturas y papeles». Pero cuando atendía la puerta, «empleaba todo el tiempo que hace falta». Al bromear Navarro que así era normal que se quejara de no llegar a todo, «respondía que cuando venían visitas era porque Dios se las mandaba y tenía que atenderlas como a Dios mismo».

También le encantaba «tomar el té con los obreros del monasterio, que cada mañana a las diez nos invitan» a esta bebida, preparada al estilo local, «con un pequeño bocadillo de sardinas en lata». A Schumacher, como no le sentaban bien, «se lo preparaban con un poco de quesito. Y él venía encantado». Con el mismo gusto que acudía cuando les invitaban a participar en celebraciones musulmanas como el iftar, la ruptura del ayuno los días de Ramadán, o el Eid al Adha, la fiesta del cordero. «Tenía un gran respeto por los musulmanes, cuya religión y tradiciones conocía bien».

Por eso, «de sus labios nunca salió una palabra fuerte contra el GIA», el grupo terrorista que secuestró y asesinó a sus siete hermanos cistercienses; «ni contra el islam. Siempre tuvo en su corazón el perdón, y así lo expresaba» a los demás. «La gente que hablaba con él, tanto cristianos como musulmanes, salían edificados por su paz. Todos hablaban de la bondad que transmitía», destaca Navarro.

Delicadeza y oración

No es el único rasgo de su personalidad que admira su hermano de orden. «Era muy delicado en todo, una maravilla de hombre». Recuerda, por ejemplo, que en diciembre del año pasado ambos estuvieron ingresados diez días juntos por COVID-19. Una «suerte»: «Estando enfermo y con sus 96 años, vi cómo se esforzaba por no dar trabajo ni molestar», hasta el punto de no encender la luz cuando se levantaba al baño por la noche. Y «siempre pedía perdón por todo», incluso cuando no podía comerse todo lo que le servían.

También recuerda el tiempo que dedicaba a la oración. «Mientras pudo, no faltó ningún día al rezo de Vigilias, a las cuatro de la mañana, ni a Completas por la noche». Cuando ya no pudo hacerlo, no dejó Vísperas y la Misa a las 7:15. Y al dejar de ir a Completas, «sí venía al capítulo, si había antes». Y siempre rezaba en su cuarto lo que no había podido hacer.

En los últimos años, dos acontecimientos clave para él fueron la visita del Papa a Marruecos, en 2019, y la beatificación de sus hermanos en Argelia, en 2018. «Volver a Tibhirine después de muchos años «fue muy importante para él: visitó las tumbas de los hermanos y se encontró con los obreros y los vecinos, para los que también fue un momento de alegría».