Se cumplen 25 años de la muerte del rey Balduino. Murió el 31 de julio de 1993, cuando acababa de comenzar sus vacaciones de verano en Motril (Granada). Fue la propia reina Fabiola quien le encontró sin vida en la terraza de su casa de veraneo, donde tanto le gustaba retirarse para descansar, leer y orar.
El rey Balduino subió al trono a los 20 años, tras la abdicación de su padre, el rey Leopoldo III, y reinó durante más de 40 años. Según señala el cardenal Suenens en su libro Balduino. El secreto del rey, el secreto de su vida residía en la profundidad de su vida espiritual, en su unión con Dios, vivida día a día y traducida en gestos cotidianos de servicio a los demás.
La oración ocupaba un lugar primordial en su orden del día. En general la hacía en las primeras horas de la jornada. A veces también iba a la capilla durante la noche. La oración matinal servía al rey para tomar una actitud de escucha y de disponibilidad ante Dios para servir mejor a los hombres. Era su audiencia junto al Señor, para que le ayudara a estar atento a las personas que se iba a encontrar. «Hoy intentaré estar particularmente atento a todos aquellos que el Señor ponga en mi camino», escribió en una ocasión.
En su oficio, Balduino era muy consciente de la importancia que tenía su fe en la toma de decisiones. Escribía en su diario: «Enséñame Jesús a ser […] un testigo de tu amor por los hombres. Pero en la práctica Señor, dado el lugar que ocupo, ¿cómo debo actuar? Espíritu Santo, no me dejes un instante, te lo ruego, sé mi fuerza, mi sabiduría, mi prudencia, mi buen humor, mi dialéctica […]».
La Misa diaria era su momento fuerte, su manantial de agua viva en el desierto espiritual del mundo. En todos los continentes que visitó en viaje oficial, pedía que se buscara un misionero belga para celebrarla. Asimismo, la Confesión era para él fuente de renovación y de fuerza vivificante. Dedicaba con regularidad fines de semana a la oración, acompañado de la reina Fabiola o de amigos. A uno de ellos le confesó un día que era rey «para amar a su país, para orar por su país, para sufrir por su país».
El pasado 31 de julio, en la Misa celebrada en su memoria en la iglesia de Santa Josefina Bakhita, en Motril, monseñor Javier Martínez, obispo de Granada, daba gracias a Dios «por su vida, por su persona, por su experiencia cristiana en un mundo tan falto de referencias como el nuestro».
Leticia Ruiz de Ojeda Silva