El periodista Philippe Lançon da crónica de cómo sobrevivió, en el más amplio sentido, al ataque terrorista del semanario satírico francés Charlie Hebdo acontecido en París el 7 de enero de 2015. Su duro relato en primera persona reconstruye aquellos hechos luctuosos que se cobraron doce víctimas mortales de su entorno más cercano, para después adentrarse en la narración de la convalecencia hospitalaria que necesitó para recuperarse de las graves heridas y reconfigurar tanto su mandíbula destrozada por una bala como su identidad. La masacre alcanzaba a Lançon cuando estaba a punto de dar un giro a su vida con un traslado a Princeton que le suponía acercarse a su novia, Gabriela, residente en Nueva York, y es el contundente estilo directo junto a su prosa depuradísima lo que nos permite entender con toda su virulencia hasta qué punto se trunca ese prometedor futuro, y sentir hasta estremecernos la sobrehumana dimensión en el ámbito del sufrimiento a la que accedió al ser testigo, dentro de la misma habitación, del salvaje asesinato de compañeros y amigos en apenas unos minutos. Esto se cuenta en un pasaje magistral en el que el horror se impone por sí mismo, implicándonos en una lectura que ya será ávida, imparable, pero de un peso casi insoportable y circular. Esa sombra de tristeza irreparable seguirá siempre presente, nos acompañará, comprometiendo toda nuestra humanidad e implicándonos en un acercamiento delicado a ese dolor invasivo, que se instala hasta en el último resquicio de cada mínimo detalle de una existencia devastada que trata de recomponerse. Impresiona la escritura de una exhaustividad tan serena en medio del duelo, el estilo mesurado para definir los términos del padecimiento íntimo que, en el exterior, llega a sobrepasar a toda una sociedad. Sin embargo, el autor, el más frágil y dañado por la tragedia, es capaz de crecerse en el amor a quienes le acompañan, familia y personal sanitario. Vence la ternura, se invierten los papeles y se alza insólitamente como cuidador de los que ama, y lo hace desprendiéndose de cualquier atisbo de heroicidad.
Lançon lidia con los sentimientos de culpa, miedo y dependencia, pero, sobre todo, su más dura batalla es contra los obstáculos cotidianos que amenazan con alejarle de la esperanza. No creyente, no se niega, sin embargo, a la conversación con el capellán del hospital, quien, desde el respeto a su elección, le aconseja, no obstante, que busque «alguna forma de plegaria que pueda ayudarle». Lo que el capellán llama fe, él denomina «belleza», medita. Espontáneamente, por cierto, en su primer artículo de homenaje a sus compañeros muertos para el diario Libération, escribe la expresión «Dios mío», le da pudor releerla después pero, tras muchas vueltas, es incapaz de suprimirla del texto. Ahí se quedó.
Sin duda, estas páginas son alta literatura y transmiten toda la solemnidad que exige la causa, para la que Lançon está a la altura. Pocos libros de los últimos años pueden sobrecoger como este, especialmente al gremio de la prensa.
Philippe Lançon
Anagrama
2019
448
21,9 €