El Dios de las sorpresas
Al seguir al Papa en Navidad, una ve que está tan acostumbrado a las sorpresas de Dios que él mismo disfruta sorprendiendo
Antes, la Navidad era pura sorpresa. Era abrir con emoción la caja con las figuritas del belén del año anterior. Era acudir a los puestos navideños a comprar la lavandera que se había roto. Era escribir una carta en la que ponías que te habías portado bien y, luego, soñabas. Era lo que envolvíamos y más aun lo que ansiábamos desenvolver. Quizá éramos más de verdad. El poder de la sorpresa.
Solo hace falta seguir los pasos del Papa en cada Navidad para comprobar, por sus gestos, que está tan acostumbrado a las sorpresas de Dios, que él mismo disfruta sorprendiendo. Lo hizo el pasado viernes, cuando llamó a la puerta de su vecino, Benedicto XVI para felicitarle la Navidad. Y no se presentó de vacío, en su mano llevaba una bolsa con regalo sorpresa para el Papa emérito. Las imágenes nos dejaron dos Papas, titular y emérito, compartiendo confidencias en un cuarto de estar.
El día en el que España estaba pendiente de la lotería, las personas sin hogar del Vaticano también fueron nuevamente sorprendidos por Francisco: un ambulatorio renovado, con todo lo necesario para recibir atención primaria sin que tengan que mostrar papeles. Mientras les toman la tensión, alguien los escucha. Las sorpresas de Dios bajo la columnata de Bernini.
En la noche de Navidad, Francisco nos invitó a recibir con ternura al Niño de Belén, que propone un modelo de vida nuevo: compartir y dar. El día 25, en su mensaje al mundo entero, antes de impartir la bendición urbi et orbi, Francisco reveló que su deseo para estos días se resume en una sencilla palabra: fraternidad. Sin ella, «nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu». Y todavía queda mucha Navidad. Francisco despedirá el año rezando el tedeum y, después, seguro que se sorprenderá cuando visite el nacimiento de arena que preside la plaza de San Pedro.
A veces esperamos mucho de la Navidad y estamos ciegos ante lo que realmente ocurre ante nuestros ojos. En su homilía de la Misa del Gallo, recordaba Francisco que «cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino Él, que nace y vive por amor». Quizás merezca la pena intentar que el Dios de las sorpresas, transforme a mejor nuestra vida en esta Navidad.