Leo en una petición de Change.org el texto desesperado de una compañera de María Belén, la educadora social asesinada por tres menores en un piso tutelado. Explica que había denunciado a uno de los menores por amenazas. Detalla que la educadora había manifestado su preocupación por su seguridad personal. Nadie la amparó. No pudo hacer nada para salvar su vida. La remataron con alevosía. Leo en una red social de una conocida periodista que es altavoz de mujeres a una madre que tiene una niña de 4 años y clama, desesperada, que el padre de la criatura rompe sus juguetes, juega con la psicología de su hija, malmete contra su bienestar emocional, lo que supondrá a presente y a futuro un verdadero calvario para una criatura empujada a sufrir por las decisiones o locuras de un adulto. Pero esa madre no puede hacer nada porque la ley ampara lo que sucede, o al menos, no lo castiga. Dos «no puedo hacer nada» en el mismo día. De la compañera de una muerta y de la madre de una niña maltratada. Vivimos en una sociedad curiosa: en la época de mayor libertad, siguen dominando quienes infligen miedo. Y las víctimas siguen siendo doblemente víctimas: por el miedo y por el desamparo. Social y legal.