El crucificado de Nikos Kazantzakis - Alfa y Omega

El crucificado de Nikos Kazantzakis

A pesar de sus coqueteos con Nietzsche y Lenin, el novelista griego dedicó varias novelas a la figura de Jesús, entre las que destaca su Cristo de nuevo crucificado

Antonio R. Rubio Plo
El escritor en su casa Villa Manolita en Antibes (Francia) en 1956. Foto: Nikos Kazantzakis Museum.

El 18 de febrero de 1883 nació el novelista griego más destacado del siglo XX, el cretense Nikos Kazantzakis, un hombre de una intensa vida de búsqueda en lo político y lo espiritual. Entre sus influencias estuvo la de Nietzsche, que contribuyó a apagar su fe ortodoxa. También le atrajo Lenin con su revolución universal. Pero si Kazantzakis se hubiera limitado a esas dos influencias, su obra sería de reducidos horizontes materialistas. En cambio, tuvo otras influencias que salvaron su espiritualidad: la filosofía vitalista de Henri Bergson y el legado cultural de la Grecia clásica y bizantina. A esto habría que añadir su constante interés por la figura de Jesús, abordada en dos novelas, Cristo de nuevo crucificado (1948) y La última tentación de Cristo (1951), a las que podría añadirse El pobre de Asís (1954), donde presenta a san Francisco como un nuevo Cristo.

La última tentación de Cristo fue polémica en los años 80 por la adaptación al cine de Martin Scorsese, fiel a un texto en el que no faltan los consabidos tópicos de la relación de Jesús con Magdalena o de Pablo como inventor del cristianismo. Kazantzakis defendió su libro ante ortodoxos y católicos alegando que, al final, Cristo vence todas las tentaciones mundanas y acepta en la cruz la voluntad del Padre. Sin embargo, su Cristo parece un personaje de tragedia griega, abocado al sacrificio como Ifigenia o Edipo, un Cristo que pretende ser muy humano, aunque se asemeja a un icono hierático.

En contraste, Cristo de nuevo crucificado está más próximo a los rasgos de un Jesús amoroso y redentor. Kazantzakis debió de conocer el relato El gran inquisidor de Dostoievski, en el que Cristo vuelve a la tierra para ser condenado de nuevo por un inquisidor al que le resultan subversivas sus palabras de amor y de paz. Es lo mismo que le sucede a Manolios, un joven pastor de una aldea de Anatolia durante la guerra grecoturca de 1922. Manolios ha sido designado por el pope Grigoris para encarnar a Cristo en una representación de la Pasión, pero nunca llegará a hacerlo en la Semana Santa, pues muere a manos de sus convecinos, instigados por el propio pope, en la noche de Navidad. Esta fecha tiene un alto valor simbólico para Kazantzakis, que entiende que Cristo ha venido al mundo para padecer.

La guerra trajo a Grecia una oleada de refugiados, griegos que habían vivido durante 15 siglos en la antigua Asia Menor. En Licovrisi, la aldea de Manolios, se forma una comunidad, una carga para la autoridad civil y eclesiástica del lugar. Manolios, sus amigos y el pope Fotis intentan persuadir a sus paisanos de que ayudarlos es poner en práctica el mandato de Cristo. El pope Grigoris no está de acuerdo y tacha a Manolios de peligroso agente bolchevique, «que recibe órdenes de Moscú y ha venido a echar abajo la religión, la patria, la familia y la propiedad». Pero se diría que Grigoris pone en primer lugar la propiedad. Por eso excomulga a Manolios y lo califica de «oveja sarnosa» que debe ser sacrificada.

Caifás y Pilatos reviven en este Cristo de nuevo crucificado, y esta afirmación de un maestro de la aldea lo resume bien: «Cuando un individuo sufre una injusticia y esa injusticia es provechosa para la comunidad, entonces es justo que aquel la sufra». De ahí que se crucifique de nuevo a Cristo. Con todo, un amigo de Manolios exclama: «¿Cuándo nacerás, Cristo bendito, sin que seas crucificado, para vivir entre nosotros por toda la eternidad?». En esto, precisamente, reside la esperanza de la Resurrección.