El cisma de Estados Unidos - Alfa y Omega

La única vez que el Papa ha hablado del peligro de un cisma no se refería a los malentendidos del camino sinodal de Alemania, sino a Estados Unidos, el epicentro del problema. En la conferencia de prensa durante el vuelo de Madagascar a Roma en 2019, el corresponsal del The New York Times mencionó «los ataques de un sector de la Iglesia americana, las fuertes críticas de algunos obispos y cardenales, de las televisiones católicas y portales web…». Y preguntó: «¿Tiene miedo de un cisma en la Iglesia americana?». La respuesta fue valiente: «No tengo miedo a los cismas. Rezo para que no sucedan, porque está en juego la salud espiritual de mucha gente».

Desde entonces, continúa la hostilidad de casi una quinta parte de los obispos norteamericanos y de la cadena católica EWTN, sin que los jefes de la Conferencia Episcopal hayan formulado la mínima queja en público, obligando al Papa a manifestar la suya el pasado mes de septiembre en Eslovaquia. Las encíclicas esenciales Laudato si y Fratelli tutti son ignoradas por buena parte los obispos, que silencian ahora el camino sinodal de escucha a los fieles, iniciado en todas las diócesis del mundo en octubre. La Plenaria en Baltimore ha sido mediocre, pero ha obedecido al Papa en la indicación de no politizar la Eucaristía contra Biden. La desconexión de casi la mitad de los obispos es resultado de maniobras de politización conservadora, intensificadas a raíz de la victoria electoral del demócrata Bill Clinton en 1992. El objetivo era crispar a los católicos en guerras culturales, convertir a los prolifers en antiabortion, y generar odio en los corazones. Que los católicos, enfadados y pesimistas, voten a quienes les crispan.

Lo promueven fundaciones y think tanks ligados al Partido Republicano que, desde Trump, es más populista y autoritario que el Front National, VOX o la AfD. Lo financian intereses económicos duros: desde las industrias del carbón y algunas petroleras hasta empresas de armamentos. Y multimillonarios hostiles a la solidaridad social y a la fraternidad que promueve Francisco. No le frenan. Pero amargan la vida a millones de católicos.