El Circo de Teresa Rabal o el encanto de volver a cantar el Veo-veo - Alfa y Omega

Esta es la crítica de una cosita que empieza por la letrita «C». Obviamente se trata del Circo, del Circo de Teresa Rabal que es, como todos los circos, el mayor espectáculo del mundo. Sólo por eso, y por el encanto que tiene ver cantar juntos el Veo-veo a abuelos sesentones, padres cuarentones y niños de tres años, ya merece la pena pagar la entrada.

A los que, mucho antes que a Paco Rabal, conocimos a Teresa, a sus angelosos y a sus canciones para ponerse de pie y volverse a sentar, la propuesta nos tiene ganados desde el principio por el enorme componente sentimental que encierra. En este sentido, es una dulce trampa encontrarse en el hall de la carpa un gran retrato, en blanco y negro, de Teresa con su padre. Al lado, un malabarista nos anticipa la fiesta y una habilidosa pintora dibuja tigres y leones en las caras de los niños. Todo es exactamente lo que parece: un viaje a los recovecos de nuestra más tierna infancia.

Por lo demás, y como Teresa lo ocupa casi todo con buenas palabras, canciones bonitas y la voz limpia que conserva, hay poco espacio para el resto. El formato es tan ajustado a los tiempos de crisis que padecemos, que la amable chica que te acomoda es la misma que intenta hacer malabares sobre la pista. El trapecista también hace doblete y lo mismo se cuelga de una sábana que de un columpio. Es una pena que no haya más mimbres porque se podría haber hecho un buen cesto.

Hay, por ejemplo, una buena idea de arranque, que parece prometer un guión poético, con la luz como protagonista. Pero se desvanece como la mayoría de los números y queda enterrada por las canciones de siempre, que al fin y al cabo es lo que la gente ha venido a escuchar. Se agradece, eso sí, que en este circo los únicos animales sean los de peluche y que el grupo de payasos esté por encima de la media. Tan sencillos como brillantes. Y se agradece que, con toda naturalidad, se canten villancicos, porque estamos en Navidad.

Luego, si reparamos en detalles, no hay un maestro de pista, se nos dan los avisos enlatados y equivocadamente, nadie presenta a los artistas… Hay agujeros en la lona, no se pueden ocultar, pero Teresa Rabal pasa el micrófono entre el público, pregunta por la letrita I y los más pequeños gritan: INCENDIO, IGLESIA, ITALIA O IPOPÓTAMO (entre risas porque el pequeñajo se ha comido la h). Y así se pasan casi dos horas volando. Los niños (y los mayores) salimos felices y comiendo palomitas, mientras tarareamos “bota, bota la pelota loca” y jugamos al eterno veo-veo. ¿Se puede pedir algo más?

Bueno, quizá por pedir, podríamos sugerir que actualicen y cambien el diseño de la página web para que, entre otros desajustes, no nos ofrezcan el contacto para las contrataciones del ¡¡¡año 2010!!! Y ya si conseguimos que hagan un pequeño esfuerzo de dirección y creatividad, a lo mejor la lona del circo no envejece tan deprisa y podemos seguir disfrutando del veo-veo muchos años más, agarrados al nombre de Teresa y prendidos del apellido Rabal.

El Circo de Teresa Rabal

★★★☆☆

Dirección:

Calle Tres Cruces, 8

Metro:

Gran Vía

ESPECTÁCULO FINALIZADO