Hace unos tres años cayó en mis manos el guión de El cianuro… ¿sólo o con leche? Puedo asegurarles que nunca había leído una comedia tan lúcida, inteligente, divertida y atrevida. Disfruté como una enana recreando los personajes en mi mente. Les puse cara, gesto y alma. El pasado lunes, por primera vez, vi sobre la escena cómo otra persona los había imaginado. Y no era cualquier persona: el propio autor de la obra, Juan José Alonso Milián, fue quien nos trasladó a la carne y al hueso su universo creativo, que difiere, por cierto, bastante del mío. Lo hizo con motivo del 50 cumpleaños del estreno de este clásico del humor negro en Madrid.
Fue en 1973 cuando el público español conoció a la histriónica familia de El cianuro… ¿sólo o con leche? En un pequeño pueblo de Badajoz —que bien podría ser de Cuenca, Almería o Teruel—, en 1925, Laura, hija solterona abocada a cuidar a al abuelo quejicoso, planea, junto con su madre, en silla de ruedas y con mucha retranca, acabar con la vida del desdichado envenenándole con cianuro. Cuando van a dar rienda suelta a la treta, un imprevisto en forma de sobrino, el médico Enrique, llama a la puerta de la mano de su nueva prometida, Marta, una moderna rubia que poco tiene que ver con la fría casona de negro riguroso y vida limitada.
El cuadro familiar se ve complementado por la sobrina Justina, algo tonta —o quizá la más lista—, su estéril y pícaro marido Llermo, las entrometidas vecinas Socorro y Veneranda, el superdetective Marcial, y el soñado Sátiro de Extremadura, que viola a las jovenzuelas del pueblo. Una fotografía que nada tiene que ver con lo que son en realidad, y que nos presentan Andrea Bronston, Denis Gómez, Elisa Lledo, Rafa Torres, Ana del Arco, Pablo Tercero, Elisa Marinas, Jorge Aznar, Sol Pilas, Manuel Reyes y Hele Orts.
Algunos son brillantes, como la Marta maravillosa a la que uno prejuzga nada más ver, y que luego termina siendo la brillante tejedora de todo el espectáculo. O Adela, que sin moverse de la silla de ruedas, otorga todos los matices del mundo a ese salón con mesa camilla y sofá orejero —nos la creemos, señora Adela—. Pero como antes les decía, el problema de disfrutar tanto de un texto antes de verlo representado es que uno lo imagina diferente. A veces, esa expectativa se supera, como es el caso del personaje de Marta, o el de Adela, o el de la graciosa Justina. Pero en otras ocasiones uno se va decepcionado porque soñó a Laura, ese personaje maravilloso e irrepetible que inventó Alonso Millián, mucho más contenida, mucho más precisa, mucho más intensa… mucho más de mucho. Sin dejar de destacar los nervios del estreno, y sin dejar de reconocer la maestría de muchos de los actores, en ocasiones la escena quedó deslavazada, como sin tejer.
Pero eso no quita ni un ápice de la perfección de este guión, altamente recomendable. Con El cianuro… ¿sólo o con leche? sufriremos con tantas mujeres, como Laura, que vieron sus vidas cercenadas por unas imposiciones que nunca pidieron. «Sólo quiero viajar»… soñaba en voz alta la desdichada. Pero también la odiaremos, por desahogar su furia con la pequeña Justina, la «tonta del pueblo», a la que nadie considera humana pero que lee a Kafka, sabe reír y ama a su querido Llermo con toda la inocencia conservada. También conoceremos la hipocresía de patio, que acostumbraba en tiempos a condenar a las desdichadas por conservar un intacto «qué dirán» en la familia. Y tantas otras cosas, herencia de nuestra España cañí, que no podemos guardar en un cajón, porque aún brillan en lo más profundo de nuestro sentir nacional.
Una comedia muy negra, esta de El cianuro, que según el propio autor, se tardó un poco en «entender» y «aceptar» durante los 70. Aunque, a día de hoy es una de las obras más consolidadas del panorama dramatúrgico español, con incontables representaciones, una adaptación cinematográfica y traducida a seis idiomas.
★★☆☆☆
Calle San Bernardo, 5
Santo Domingo, Plaza de España, Callao
OBRA FINALIZADA