El cardenal Omella apela a «la sensatez» y al diálogo ante la Diada
Ante una Diada marcada por los atentados de agosto y la consulta soberanista del 1 de octubre, el arzobispo de Barcelona pide que la Iglesia sea «fermento de justicia, fraternidad y comunión»
El 11 de septiembre se celebra la Diada en un clima políticamente enrevesado. Sin eludir a él explícitamente, el arzobispo de Barcelona anima a «todos» a «avanzar por el camino del diálogo y del entendimiento, del respeto y de la no confrontación, ayudando a que nuestra sociedad sea un espacio de fraternidad, de justicia, de libertad y de paz».
«La Iglesia», afirma, «quiere estar al servicio de este pueblo y ser, dentro de este, fermento de justicia, fraternidad y comunión». Y el cardenal Juan José Omella pide que «que la sensatez y el deseo de ser justos y fraternos nos guíe a todos». «Que ésta sea nuestra plegaria ante la Diada de este año», son las palabras con la que Omella cierra su carta semanal, titulada Potenciar los valores humanos de nuestra sociedad.
El sábado, día en que se hacía pública la carta, eran ordenados en la basílica de la Sagrada Familia dos nuevos obispos auxiliares, Sergi Gordo y Antoni Vadell. Hay un tercero, Sebastià Taltavull, que ha sido nombrado por el Papa administrador apostólico de Mallorca. Se espera su confirmación como obispo de esta diócesis balear.
Todo ello tiene lugar en una Barcelona conmocionada aún por los atentados de agosto. Lo recuerda Juan José Omella en su carta, en la que pide que «no caigamos en el pesimismo, sino que nos mueva una actitud de esperanza».
Al mismo tiempo el purpurado apela a «un nuevo estilo de convivencia» que «supere toda diferencia y exclusión, evitando caer en estereotipos que conduzcan al desprecio y a los juicios sumarios a menudo injustos».
El cardenal arzobispo de Barcelona prosigue con «una invitación a la oración». «Siempre me ha impresionado constatar —comenta— que las personas de fe en Dios, ante la adversidad, sienten un deseo profundo en su corazón de recurrir a la oración. Alguna persona me ha contado la emoción que sintió al ver a un grupo de visitantes polacos que, con el sacerdote que les acompañaba, rezaban el rosario en la Rambla en los días posteriores a los atentados, ante las velas encendidas y ante los escritos de condolencia redactados por ciudadanos anónimos. Ahí está la raíz de nuestra esperanza: en que, entre todos, podemos avanzar para hacer realidad el conocido lema que tantas veces nos han recordado los papas de los últimos tiempos: Opus iustitiae pax; “la paz es obra de la justicia”. También en nuestra compleja y plural sociedad catalana del siglo XXI».
Mañana, 11 de septiembre, se celebra la Diada, la fiesta nacional de Cataluña. Aprovecho la ocasión para felicitar a todos los catalanes y catalanas con motivo de nuestra fiesta. Este año la jornada estará marcada por el dolor y por el fuerte impacto emocional que han producido en nuestra sociedad los recientes atentados de Barcelona y Cambrils. La consternación y el dolor producidos no desaparecen fácilmente.
Una primera reflexión que deseo proponer es que no caigamos en el pesimismo, sino que nos mueva una actitud de esperanza. Ante esta tragedia vivida por nuestro pueblo hemos asistido a muchas muestras de solidaridad, a la presencia de ejemplares actitudes de servicio y de fraternidad entre los ciudadanos. Potenciemos estos valores humanos y cristianos que son una gran reserva social y nos invitan a la esperanza.
Una segunda reflexión me lleva a pensar sobre el futuro. Toda esta dura realidad padecida en el corazón de nuestro pueblo queremos verla transformada en una nueva situación de paz, alejada de toda violencia y terror. Una paz trabajada con el esfuerzo de todos para educar a favor de un nuevo estilo de convivencia, que respete y promocione los derechos humanos y vele por la dignidad de las personas -de todas las personas. Una convivencia que supere toda diferencia y exclusión, evitando caer en estereotipos que conduzcan al desprecio y a los juicios sumarios a menudo injustos.
La tercera reflexión es una invitación a la oración. Siempre me ha impresionado constatar que las personas de fe en Dios, ante la adversidad, sienten un deseo profundo en su corazón de recurrir a la oración. Alguna persona me ha contado la emoción que sintió al ver a un grupo de visitantes polacos que, con el sacerdote que les acompañaba, rezaban el rosario en la Rambla en los días posteriores a los atentados, ante las velas encendidas y ante los escritos de condolencia redactados por ciudadanos anónimos. Ahí está la raíz de nuestra esperanza: en que, entre todos, podemos avanzar para hacer realidad el conocido lema que tantas veces nos han recordado los papas de los últimos tiempos: Opus iustitiae pax; «la paz es obra de la justicia». También en nuestra compleja y plural sociedad catalana del siglo XXI.
Termino esta comunicación semanal pidiendo a todos aquellos a quienes pueda llegar que recen, que imploren la bendición de Dios sobre nuestro pueblo, sobre esta Cataluña que está viviendo un momento delicado por lo hechos acaecidos recientemente y por otros tantos problemas que nos preocupan. Oremos también por las personas que tienen la responsabilidad de la tarea pública, de la gestión del bien común y de la convivencia social. La Iglesia quiere estar al servicio de este pueblo y ser, dentro de éste, fermento de justicia, fraternidad y comunión.
Desde el ámbito de mi responsabilidad pastoral ante la comunidad católica y con el deseo de que mi humilde palabra pueda llegar a toda la sociedad, animo a todos a avanzar por el camino del diálogo y del entendimiento, del respeto y de la no confrontación, ayudando a que nuestra sociedad sea un espacio de fraternidad, de justicia, de libertad y de paz.
Que la sensatez y el deseo de ser justos y fraternos nos guíe a todos. Que ésta sea nuestra plegaria ante la Diada de este año.