El capellán del Aire que marcó al rey - Alfa y Omega

El capellán del Aire que marcó al rey

Calixto Carrasco, que falleció recientemente, coincidió con Felipe VI en la Academia General del Aire. El monarca ha agradecido «su dedicación incansable»

Fran Otero
Calixto Carrasco en misa. Foto: Diócesis de Cartagena

El paso de Calixto Carrasco por el Ejército del Aire como capellán dejó una huella difícil de borrar. Así lo reconoce en conversación con Alfa y Omega Javier de la Vega, hoy jefe de Asistencia Religiosa del Ministerio de Defensa, que compartió un año con él en la Academia General del Aire en San Javier. Fallecido recientemente en Murcia, donde pasaba esta última etapa al servicio de la diócesis de Cartagena, muchos de los jóvenes que pasaron por sus manos, hoy coroneles y generales, todavía lo recuerdan. Todos aprendieron, entre otras muchas cosas, a cantar la salve en latín delante de la Virgen de la Fuensanta. Es marca de la casa.

Incluso lo ha recordado el rey Felipe VI, con quien coincidió en San Javier. «Junto a tantos que conocieron sus virtudes y su dedicación incansable, me sumo a su recuerdo y gratitud», ha señalado en un telegrama enviado al obispo de Cartagena, José Manuel Lorca Planes. Muestra, asimismo, un «profundo pesar» y pide al prelado que transmita sus condolencias a la familia.

De la Vega también se acerca a esta figura con cariño. Todavía tiene en la retina su primer encuentro con don Calixto. Corría el año 1993, cuando, nada más ser ordenado, fue destinado a la Academia General del Aire como capellán. «Me encontré a un sacerdote muy serio. Me llevó desde la estación de tren a la academia y me dijo que nos veíamos al día siguiente en la capilla a las 7:30 horas. Llegué un poco antes y me lo encontré en el primer banco, delante del sagrario, haciendo su rato de oración. Era una persona de profunda piedad y oración», añade.

Otra de sus virtudes era la preocupación por las personas de su entorno, a las que trataba de la misma forma, sin importarle el rango militar. Tenía contacto con los alumnos, los futuros pilotos, con la tropa, y con las familias de la parroquia de una colonia militar. «Era capaz de ponerse al nivel de todos», añade. Destaca también su capacidad de escucha y comprensión: «Cuando alguien tenía alguna dificultad –arrestos, problemas con la familia o la novia…–, acudían con confianza a hablar con él». En ocasiones, intervenía para que se rebajaran las sanciones.

Y todo ello, continúa Javier de la Vega, sin descuidar la parte espiritual. A este sacerdote le llama mucho la atención que cada víspera de una jura de bandera siempre organizaba confesiones y conseguía que se confesaran todos. «Tenía una gran capacidad de persuasión y lo hacía sin forzar», reconoce.

También montaba convivencias a las que iban jóvenes que incluso le habían dicho que no creían en Dios. «Precisamente por eso te vendrá muy bien», les decía, según recuerda De la Vega, que añade que de aquella experiencia salieron «no pocas conversiones».

Tras otros destinos –como en la iglesia catedral de las Fuerzas Armadas, en Madrid–, dejó el Ejército y volvió a la diócesis de Cartagena, donde en 2017 fue nombrado canónigo honorario de la catedral de Murcia.