El camino del éxito escolar que debe inspirar los cambios en el sistema educativo de España. Lecciones para educar mejor - Alfa y Omega

El camino del éxito escolar que debe inspirar los cambios en el sistema educativo de España. Lecciones para educar mejor

En la última década, España ha doblado su gasto público en educación, y, sin embargo, nuestro sistema educativo ha cosechado el doble de fracaso escolar y de abandono temprano que el promedio de la UE, menos de la mitad de alumnos excelentes y un 50 % de paro juvenil. Pero ese fiasco educativo no es algo inédito en Europa: otros países ya pasaron por situaciones similares y aprendieron de sus errores. Ante la reforma del sistema que plantea el Gobierno, es necesario preguntarse qué hacen los países que mejores resultados obtienen en Educación. ¿Puede España imitar su ejemplo?

José Antonio Méndez

Desde que, en el año 2000, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) publicó el primer informe PISA, nuestro sistema educativo ha logrado algo insólito: poner de acuerdo a los españoles en torno a una misma idea. Porque hoy nadie sensato niega el fracaso de nuestro sistema escolar. Tenemos el doble de fracaso escolar que el promedio de la OCDE (28 % frente al 14%); el doble de abandono escolar temprano que el promedio de la Unión Europea (26 % frente al 13 %); menos de la mitad de alumnos excelentes que el promedio europeo (3 % de alumnos españoles brillantes, frente al 8 % europeo); y cerca del 50% de desempleo juvenil.

El camino que tiene que recorrer España para mejorar sus resultados educativos no es un trayecto inexplorado. Países con una prestigiosa tradición educativa, como Suecia, Francia o Gran Bretaña, han visto cómo, después de adoptar los postulados de la llamada nueva pedagogía (que en España se materializó en la LOGSE, de 1990, y en la LOE, de 2004), la calidad de su enseñanza mermaba cada año, y ya han identificado algunas de las causas del descalabro. Las naciones que más éxito obtienen en pruebas internacionales como PISA o TIMMS (Finlandia, Corea del Sur, Singapur o Nueva Zelanda) también pueden servirnos de maestros, para que aprendamos a enseñar mejor.

No es por la inversión

La primera lección que deben asimilar sindicatos, Administraciones, medios e incluso las familias españolas, es que, no por invertir más en educación, ésta mejora sus resultados. La prueba es que España ha doblado el gasto público en Educación en la última década: de 25.688,3 millones de euros en 1999, a 52.714,5 millones en 2010. Y aunque el Gobierno ha anunciado un recorte de 3.900 millones en Educación para el ejercicio de 2012, cuando acabe el presente año, las arcas públicas habrán invertido más de 50.120 millones de euros en nuestra escuela, según prevé el Eurostat. Toda esa inversión no se ha traducido en mejoras académicas: además de los alumnos que abandonan sus estudios sin terminar la ESO (fracaso escolar) y de los que no siguen estudiando tras las Secundaria (abandono escolar), España ha quedado a la cola de Europa en todos los informes PISA elaborados hasta ahora (años 2000, 2003, 2006 y 2009), en las tres disciplinas que se evalúan: lecto-escritura; competencia matemática; y competencia científica. Tan es así que, en 2006, el Ministerio introdujo cambios en los currículos para preparar a los alumnos ante las pruebas de PISA.

Un mito de izquierdas

Nuestro caso es similar al de Suecia, un país que en los últimos años 90 estaba a la cabeza de Europa en la calidad de su enseñanza, hasta que adoptó la llamada nueva pedagogía. Un informe elaborado en 2009 por economistas suecos constata que, aunque su gasto público no ha dejado de aumentar desde 1993, el número de alumnos que terminan la enseñanza obligatoria sin aprobar las materias centrales ha aumentado un 30%. Además, en las pruebas TIMMS, que miden la preparación en Matemáticas y Ciencias de alumnos de 18 países, Suecia pasó, de estar entre los 4 mejores en 1995, a estar en el número 12, en 2007.

«Para lograr un ambiente escolar que prime el esfuerzo, el trabajo y la buena instrucción, no hacen falta grandes inversiones».

El informe también desmonta otro tópico de la izquierda pedagógica, que afirma que la causa del fracaso escolar son las desigualdades económicas entre las familias, o entre las regiones. El texto destaca que «lo importante no es el nivel socioeconómico de la familias, y la prueba más contundente es la comparación entre hermanos (chicos y chicas): ya que proceden de las mismas familias, los alumnos deberían tener los mismos resultados y eso está lejos de ser así. Las chicas aventajan a los chicos en todo, y eso es particularmente notable entre los alumnos inmigrantes». También añaden que «lo importante tampoco son las características socioeconómicas o la situación geográfica del municipio», porque «los colegios exitosos se encuentran en todo tipo de municipios: pequeños, grandes, rurales o urbanos», e incluso «en un mismo municipio puede variar la calidad de los colegios». La clave, dicen, está en lograr un ambiente escolar que prime el esfuerzo, el trabajo y la buena instrucción, para lo cual no hacen falta grandes inversiones.

La clave, en Primaria

Ante sus malos resultados, Suecia ha comenzado a acometer reformas, sobre todo en la selección del profesorado y en la enseñanza Primaria. Y no son los únicos que han ido por ese camino.

Entre las experiencias exitosas en Europa, destacan varios estudios de profesores de Primaria en Francia. Rachel Boutonnet, profesora de Primaria y autora de Diario de una maestra clandestina, denuncia que, en los centros europeos de formación de profesores, no se insiste en los conocimientos que hay que transmitir, sino en teorías sobre la autonomía del alumno, el respeto que éste merece, el proyecto que deben tener los docentes, o la falsa idea de que un niño es capaz de adquirir conocimientos aunque nadie se los explique. Boutonnet señala que, en sus clases, obvia estas cuestiones e imparte una enseñanza clásica: insiste en la importancia del orden, del silencio y del respeto a las normas; enseña a los niños cómo colocar la mano y el cuerpo para escribir, cómo ordenar los libros en el pupitre, cómo organizar los ejercicios en el cuaderno, y, además, los alumnos leen cuentos clásicos, cantan, trabajan mucho la gramática y las cifras, hacen dictados, copian textos y escriben redacciones. El resultado es que sus alumnos están muy por encima de la media de Francia, tanto en la igualdad como en la calidad de su aprendizaje: los alumnos saben más, y hay menos alumnos rezagados.

Otros maestros de Primaria, autores de experiencias educativas de éxito, como Laurent Lafforgue, Alain Bentolila o Liliane Lurçat, señalan lo mismo: el tramo más importante del sistema educativo es el de Primaria (desde los 6 hasta los 12 años, en España), e incluso el de Infantil (de los 3 a los 6 años). De hecho, el profesor francés Serge Boimare, que trabaja con adolescentes con fracaso escolar e inmigrantes problemáticos, explicó, en una obra de 2008, la relación entre las carencias educativas de la Primaria, el fracaso escolar en Secundaria, y el vandalismo callejero que lleva años alterando ciertas poblaciones galas y los extrarradios de París. Porque, como constata Liliane Lurçat, «después de 25 años de énfasis en los métodos y no en el contenido, hoy, hasta los futuros profesores necesitan ayuda para dominar la ortografía y el cálculo».

El maestro es clave

Esa observación de Lurçat va en la línea apuntada en el prestigioso informe McKinsey (publicado, en 2007, a instancias de la OCDE), que analiza los sistemas educativos de los países que obtienen mejores resultados en las pruebas PISA. El informe pone en evidencia que lo que caracteriza a los mejores sistemas educativos (Singapur, Corea del Sur, Finlandia, Shangai…) es el papel de los profesores. «La calidad de un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes», explica el texto, y sintetiza los 3 puntos determinantes para un buen sistema escolar: «1) Conseguir las personas más idóneas para ejercer la docencia; 2) Desarrollarlas hasta convertirlas en maestros efectivos; y 3) Garantizar que el sistema sea capaz de brindar la mejor educación posible a todos los niños». Ahora bien, esto, ¿cómo puede articularse en España?

El ejemplo de Finlandia

Finlandia puede ser un buen ejemplo a imitar, por ser el país europeo que mejores resultados obtiene en las pruebas PISA. Allí sólo pueden aspirar a ser profesores los alumnos que terminen el Bachillerato entre el 10 % de su promoción, o sea, los que obtengan una nota de 9 sobre 10. Después, pasan unas rigurosas pruebas nacionales, y finalmente, cada universidad impone un numerus clausus, similar al que exige la Administración educativa. Para seleccionar a los futuros docentes, las universidades llevan a cabo entrevistas personales en las que se valora la capacidad de expresión del alumno, y se le exige que resuma la lectura de un libro, explique un tema ante una clase, y demuestre aptitudes artísticas, matemáticas y tecnológicas. Y eso, antes de obtener la plaza universitaria. Los elegidos compaginan sus estudios con prácticas en centros escolares, supervisadas por un profesor de ese mismo centro, que actúa de tutor personal. Y claro, atravesar estas duras pruebas hace que los profesores gocen de un gran reconocimiento social por su labor, y de un salario nada desdeñable (aunque no excesivo, en comparación con otras profesiones): los maestros de Primaria empiezan cobrando unos 2.300 euros al mes, y los de Secundaria unos 2.600, aunque, con los años, pueden escalar en la carrera docente y llegar a cobrar 4.000 euros.

Descartar a los malos

Sin embargo, no basta con elegir a los mejores. El informe McKinsey destaca un aspecto que no gusta a los sindicatos, pero que explica la mejora educativa que países como Singapur, Inglaterra o Nueva Zelanda han experimentado en los últimos años: «La mayoría de los sistemas con alto desempeño reconocen que ningún proceso de selección del profesorado es perfecto, e implementan procedimientos tendentes a asegurar que los docentes que tengan mal desempeño puedan, de ser necesario, ser removidos de las aulas con posterioridad a su designación». Dicho de otro modo, el sistema contempla que a un profesor que demuestre tener bajos conocimientos de su asignatura o grandes déficits de habilidades didácticas, no sólo se le puede exigir formación continua, sino que se le puede degradar o separar de la función docente.

Buenos contenidos

Una vez que se ha reclutado a los mejores profesores, lo sustancial es qué se enseña y cómo se enseña. El informe McKinsey recuerda que «la única manera de mejorar los resultados educativos de un país es mejorando la instrucción que imparten sus maestros», y explica que los países que más han mejorado en los últimos años, lo han hecho puliendo el número de asignaturas y su contenido, y desarrollando herramientas para enseñar a enseñar. Las formas de lograrlo varían: en Boston, una de las ciudades que más ha mejorado en las pruebas nacionales de Estados Unidos, los centros cuentan con entrenadores de profesores, de acreditado prestigio profesional; mientras que, en Japón, los docentes de una misma materia preparan sus clases de forma conjunta, y antes de impartir la lección en el aula, la ensayan ante otros profesores y un grupo de los mejores alumnos, para pulirla al máximo. Así, en un par de cursos, los profesores de cada centro tienen una guía de lecciones magistrales para todas las lecciones de cada asignatura, que les sirven de referente.

Familias asiáticas

Ahora bien, de nada vale tener un buen currículo y a los mejores profesores, si las familias no se implican. Y en esto, Asia se lleva la palma. Las hermanas Kim y Jane Abboud Soo, surcoreanas educadas en Estados Unidos, explican desde su experiencia por qué el éxito de países como Japón, Taiwan o las regiones chinas de Hong Kong y Shangai es similar al de las comunidades asiáticas establecidas en Estados Unidos y Europa: a pesar de que el número de alumnos en las aulas asiáticas es casi el doble que en Occidente, y de que muchas escuelas carecen de buenos recursos, «la educación de los hijos es el proyecto principal de la familia asiática», para lo cual, los padres, «en ocasiones, desisten de sus propias posibilidades de avanzar profesionalmente, y adoptan el papel de profesores en casa». Además, explican que los padres «educan llevando ellos mismos una vida ordenada, trabajan los estudios a largo plazo, preparan las pruebas con mucha atención y recuerdan a sus hijos que el éxito educativo abre muchas posibilidades». Eso sí, las autoras rechazan la práctica de presionar mucho a los hijos, y recuerdan a las familias que, «si no envuelven a los hijos en cariño y no muestran verdadero aprecio por el conocimiento, aprender no será atractivo».

¡Es la actitud!

La investigadora sueca Inger Enkvist explica con datos, en su obra La buena y la mala educación, que «las experiencias muestran que ni la inmigración ni las diferencias (económicas o sociales) son problemáticas para la calidad de la educación. Lo verdaderamente nocivo es negarse a trabajar.

En todos los países desarrollados hay una oferta educativa amplia, y el problema no es el acceso, sino el aprovechamiento de lo que no sólo se ofrece de manera gratuita, sino que es obligatorio según la ley». Y concluye con un mensaje que bien debe inspirar la reforma española: «El sistema escolar tiene que mandar a todos el mensaje de que el alumno debe dedicarse a estudiar. Hay que precisar, a través de las pruebas nacionales y los exámenes, lo que se espera del alumno, elevando y no bajando las exigencias. Es un enorme despilfarro organizar y financiar un sistema escolar para después no hacerlo respetar. Invertir en educación no lleva automáticamente ni a la calidad ni a la igualdad. Un país que no exige que los alumnos y las familias se comporten de manera respetuosa con el sistema educativo, no logrará un buen resultado».

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