El buen periodismo y la salud de la democracia

Varios medios de comunicación fueron excluidos la semana pasada de un encuentro informativo convocado por el Gobierno para analizar el reparto de fondos europeos. También la semana pasada, un grupo de periodistas abandonó la sala en la que daban una rueda de prensa la nueva presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, y el presidente francés, Emmanuel Macron, al enterarse de que no iban a aceptar preguntas. Son solo dos muestras recientes de los problemas que se encuentran los profesionales de la información para realizar su trabajo. Cuando esto ocurre se deteriora la libertad de prensa y, al final, se compromete «la salud de una democracia», en expresión de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) en un comunicado del pasado lunes, con motivo de la fiesta de su patrón, san Francisco de Sales.

En un contexto de fuerte polarización, en el que abundan las noticias falsas y manipuladas, y sobre todo ahora que ha crecido la desconfianza por la pandemia, es más necesario que nunca el buen periodismo. Un periodismo que no juega a hacer activismo, sino que sabe hacer autocrítica, «presta atención a las razones del otro» e intenta «hacer que se comprenda la complejidad de la realidad», como pide el Papa Francisco en su mensaje para la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.

En un texto precioso y oportuno, hecho público el mismo lunes, el Pontífice lamenta que «estamos perdiendo la capacidad de escuchar» y pide, a los periodistas y a toda la sociedad, fijarse en «quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos» para crecer en «el arte de comunicar», que al final pasa por hacerse próximo al otro abriendo el corazón. ¿Y si, en vez de escucharnos solo a nosotros mismos, intentar imponer las propias posturas e incluso ridiculizar a quienes no las comparten, abrimos un diálogo sincero y crecemos juntos en la búsqueda de la verdad y del bien?