El beato de la resistencia
La beatificación en septiembre del cardenal Stefan Wyszynski, fallecido hace 40 años, es el reconocimiento de la lucha de los católicos polacos durante 45 años de comunismo
Escribe George Weigel en El final y el principio que tres convicciones rondaron siempre por la mente del cardenal Stefan Wyszynski durante los 33 años (desde 1948 hasta su muerte en 1981) en los que ejerció como arzobispo de Varsovia y primado de Polonia: la superioridad de la piedad popular de los polacos –sobre todo la mariana– sobre la propaganda comunista; la mejor comprensión de la situación polaca desde el país y no desde el Vaticano –sin menoscabo de su adhesión sin fisuras a cuatro Papas– y, por último, su empeño en evitar la desaparición de Polonia a manos de la Unión Soviética. Y tuvo un hilo conductor: defender incansablemente los derechos de la Iglesia y de los fieles ante el Gobierno comunista con el único límite de no poner al país «al borde del abismo».
Poco tardó en entender Wyszynski que la dictadura comunista –basada en una ideología que aborrecía– estaba asentada para rato. De ahí que optase por una lucha espiritual a largo plazo y no por los choques frontales, a los que únicamente recurriría en caso de necesidad irremediable. Esta perspectiva implicaba, asimismo, buscar un mínimo entendimiento con el régimen, incluyendo alguna concesión dolorosa siempre que no se cediera nada en lo esencial. Esta disposición de Wyszynski –que también desempeñaba la presidencia de la Conferencia Episcopal– desembocó en el acuerdo del 14 de abril de 1950, mediante el cual las autoridades comunistas reconocían la autonomía de la Iglesia en materia pastoral y educativa, así como su dependencia jerárquica del Papa; a cambio, Wyszynski tuvo que admitir la legitimidad del régimen.
El acuerdo suscitó incomprensión en Roma, donde, unos meses antes, el Santo Oficio había promulgado un decreto que contemplaba la excomunión para todo aquel que colaborase con el comunismo. Sin embargo, Pío XII, hábil diplomático, tras recibir las pertinentes explicaciones de Wyszynski, le elevó a la dignidad cardenalicia en el consistorio de 1953. Para esas fechas, el Gobierno comunista ya había vulnerado el acuerdo en reiteradas ocasiones. El hecho que acabó con la paciencia del purpurado fue la aprobación de una ley, de redacción alambicada, que dejaba en manos del Gobierno el nombramiento de obispos. En una célebre homilía, Wyszynski respondió: «Inculcamos que lo propio es dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, pero cuando el César se instala en el altar, le respondemos tajantemente que no puede hacerlo». El Gobierno creyó zanjar el asunto arrestando a Wyszynski en la noche del 25 al 26 de septiembre de 1953.
Mas, como señala el historiador suizo Philippe Chenaux en L’Eglise catholique et le communisme, con este episodio «se abrió una nueva página de la historia del catolicismo polaco bajo el comunismo». En efecto, en esos tres años de arresto domiciliario –que pasó en dos monasterios– ideó la Gran Novena de la Nación Polaca, prevista para empezar en 1957 y culminar en 1966, con motivo de los 1.000 años de la cristianización de Polonia. Concretamente, significaba pasear la copia del icono de la Virgen de Czestochowa por todo el país para certificar el fervor religioso de la población. Cuando se empezó a poner en práctica, el Gobierno secuestró la talla. Wyszynski –que había sido liberado en 1956 gracias a la presión popular– no se amedrentó y mandó al marco de la Virgen en su lugar. De nuevo, los de la hoz y el martillo le acosaron. Aunque esta vez refinaron el método desplegando una poderosa unidad de inteligencia en Roma durante el Concilio Vaticano II. Objetivo: desestabilizarle provocando enfrentamientos con otros obispos. Pincharon en hueso.
De vuelta a Polonia, Wyszynski forjó una alianza con Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia y futuro san Juan Pablo II. Bien es cierto que al principio el cardenal albergó ciertas dudas sobre Wojtyla, rápidamente disipadas por la lealtad inquebrantable de este último. A partir de 1978, con el pupilo sentado en la Silla de Pedro, el sentido de la obediencia se invirtió. Wyszynski lo aceptó con naturalidad. Sin ir más lejos, superó sus iniciales reticencias sobre las huelgas de Lech Walesa –por no llegar «al borde del abismo»– y, siguiendo las indicaciones de san Juan Pablo II, prestó su apoyo al sindicalista y a sus seguidores. El cardenal Stefan Wyszynsky entregó su alma a Dios el 28 de mayo de 1981. Dos semanas antes, justo después de que el Papa sufriera un atentado, aún tuvo fuerzas para pedirle una bendición.
Su beatificación, prevista para junio de 2020 y pospuesta por la pandemia, finalmente será el 12 de septiembre. Es el reconocimiento de la lucha de los católicos polacos durante 45 años de comunismo.