El 12 de mayo, la Iglesia tendrá 802 nuevos santos. Los primeros santos de la era Francisco - Alfa y Omega

El 12 de mayo, la Iglesia tendrá 802 nuevos santos. Los primeros santos de la era Francisco

El Papa Francisco canonizará, el domingo, a 802 nuevos santos: los ochocientos mártires de Otranto en 1480, y dos monjas hispanoamericanas que trabajaron durante toda su vida por los más pobres y desvalidos: la colombiana Madre Laura Montoya (1874-1949), fundadora de la Congregación de las Religiosas Misioneras de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena, y la mexicana Madre Lupita, cofundadora de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres (1878-1963)

José Calderero de Aldecoa
Capilla con las reliquias de los mártires de Otranto, en la catedral de la ciudad italiana.

El 11 de febrero de 2013 fue un día histórico para toda la Iglesia. A las 10:30 de la mañana, Benedicto XVI comunicó al mundo su renuncia al pontificado. Aquel anuncio en latín hizo que apenas se hablara del acto que, en ese momento, presidía el ahora Romano Pontífice emérito: el Consistorio Ordinario Público para la canonización de 802 nuevos santos. La fecha de la canonización ha llegado. El Papa Francisco presidirá, el próximo domingo, 12 de mayo, en la Plaza de San Pedro, uno de los grandes actos previstos en el Año de la fe.

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Los mártires de Otranto

Antonio Primaldo es el único nombre que ha trascendido de los 800 habitantes de la ciudad italiana de Otranto asesinados, el 14 de agosto de 1480, por el ejército otomano ante su negativa de convertirse al Islam. El resto de los ochocientos son pescadores, artesanos, pastores y agricultores de nombre desconocido, que prefirieron morir como cristianos antes que renegar de su fe y convertirse en musulmanes. Uno a uno, fueron apoyando su cabeza en una roca para ser decapitados, derramando su sangre por amor a Dios.

Su historia martirial comienza pocos días antes, el 29 de julio. A primera hora de la mañana, los centinelas de la muralla de Otranto divisan una flota. 90 galeras, 15 mahonas, 48 galeotas y 18.000 soldados turcos se están acercando. Al llegar a tierra, el ejército asedió el castillo de la ciudad, en el que se habían refugiado los habitantes, y que estaba defendido por tan sólo 400 soldados, quienes huyeron al verse superados en número. El asedio duró dos semanas. Al amanecer del 12 de agosto, los otomanos lograron abrir una brecha en las murallas. Fue entonces cuando sembraron el terror, asesinando a todo el que se les cruzaba en el camino. Algunos habitantes encontraron refugio en la catedral, pero los asaltantes también accedieron a ella, asesinando a los sacerdotes y al propio arzobispo Stefano Pendinelli, mientras celebraban Misa y distribuían la comunión a los fieles.

Decapitación milagrosa

En total quedaron con vida 800 ciudadanos que fueron llevados ante la presencia del comandante de los turcos. Éste les intento convencer para que renegaran de su fe. Si no se convertían al Islam, serían decapitados uno a uno. Antonio Primaldo, sastre de profesión, respondió en nombre de todos: «Todos queremos creer en Jesucristo, Hijo de Dios, y estar dispuestos a morir mil veces por Él». A continuación, según contaba, en 1924, el cronista Giovanni Michele Laggetto, «volteándose a los cristianos, Primaldo dijo estas palabras: Hermanos míos, hasta hoy hemos combatido en defensa de nuestra patria y para salvar la vida y por nuestros gobernantes terrenos; ahora es tiempo de que combatamos para salvar nuestras almas para el Señor, el cual habiendo muerto por nosotros en la cruz conviene que muramos nosotros por Él, permaneciendo seguros y constantes en la fe, y con esta muerte terrena ganaremos la vida eterna y la gloria del martirio. A estas palabras comenzaron a gritar todos a una sola voz con mucho fervor que querían mil veces morir con cualquier tipo de muerte antes que renegar de Cristo».

A la mañana siguiente, el 14 de agosto de 1480, los ochocientos fueron encadenados, desnudados y conducidos a las afueras de la ciudad, hasta la colina de Minerva. Las diferentes crónicas que han llegado hasta la actualidad aseguran que se iban confortando unos a otros. Al llegar al lugar de la ejecución, en primer lugar cortaron la cabeza de Antonio Primaldo. Instantes después, su cuerpo decapitado se puso de pie y permaneció así, inmóvil, hasta el final del martirio de sus compañeros. El milagro impactó tanto a uno de los verdugos, llamado Berlabei, que, tras el asesinato, tiró su cimitarra, se proclamó cristiano y murió empalado por manos de sus compañeros.

Los cuerpos de los mártires permanecieron incorruptos trece meses, hasta el 8 de septiembre de 1481, fecha de la liberación de Otranto. Sus reliquias fueron llevadas a la cripta de la catedral. Los ochocientos fueron reconocidos de inmediato como mártires, por lo que cada año, el 14 de agosto, la Iglesia local celebra su memoria. El 14 de diciembre de 1771 fue publicado el Decreto de confirmación del culto ab immemorabili que se tributa a los mártires. Tras un período de largo silencio, en 1988, el entonces arzobispo de Otranto nombró una comisión histórica para investigar sobre el martirio. La Congregación de las Causas de los Santos reconoció como válida la investigación, a través de un Decreto emitido el 27 de mayo de 1994. El 6 de julio de 2007, Benedicto XVI aprobó el Decreto con el que se reconocía que el Beato Antonio Primaldo y compañeros mártires habían sido asesinados por su fidelidad a Cristo. Benedicto XVI también firmó, el 20 de diciembre de 2012, el Decreto con el cual se reconoce un milagro gracias a la intercesión de este grupo de mártires.

El milagro de la canonización

Para la beatificación, al haberse tratado de un martirio, no fue preciso un milagro. En cuanto a la canonización, el milagro por intercesión de los ochocientos reconocido es la curación de un cáncer a sor Francesca Levote, monja profesa de las Hermanas Pobres de Santa Clara. Sor Francesca, según los datos del Arzobispado de Otranto, padecía un cáncer endometrioide del ovario izquierdo con la progresión metastásica sistémica (estadio IV) y alteración grave del estado general. La comunidad al completo pidió, en mayo de 1980, el milagro de la curación al Señor por intercesión de los mártires de Otranto. La petición se hizo en una peregrinación con la urna de los mártires en el quinto centenario de su martirio, y pocos meses después de la visita apostólica que Juan Pablo II hizo a Otranto el 5 de octubre de 1980. Sor Francesca Levote quedó curada milagrosamente.

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Madre Laura
Fieles rezando ante la tumba de la Madre Laura, en Medellín (Colombia).

Laura Montoya Upegui nació en Jericó de Antioquia, un pequeño pueblo colombiano, el 26 de mayo de 1874. Aquel mismo día fue bautizada, y ya desde entonces se sintió elegida por Dios: «Cuando conocí que tal nombre se deriva de laurel, que significa inmortalidad, lo he amado, porque traduce aquella palabra: Con caridad perpetua te amé. Si es perpetua, ha de ser inmortal e inmortal ha de ser mi amor. Y mi nombre fue el sello de esa inmortalidad de amores entre Dios y su criatura. Inmortal ha de ser la fe que con el nombre recibí», aseguró en una ocasión Madre Laura.

Años después, cuando Laura fundó su instituto misionero, todas las compañeras se cambiaron el nombre. Pero a ella, su obispo, monseñor Maximiliano Crespo, le permitió conservarlo.

Laura, de carácter alegre, fue creciendo rodeada de desgracias. Su padre, al cual no llegó a conocer, murió quedando la familia huérfana y abocada a una gran pobreza. Creció sin una residencia fija. De Amalfi pasó al pueblo de Donmatías, en donde su madre residió algunos meses, ejerciendo de maestra. La familia tuvo que regresar a Medellín, pero como la pobreza les seguía acechando, la madre tuvo que colocar a Laura y a sus dos hermanos en casas de parientes. A Laura le tocó vivir en Robledo, en casa de un familiar «algo frío y desamorado que, con su conducta, contribuyó al acrisolamiento de su alma y a orientarla hacia lo eterno e inmutable». Para volver a la senda prevista por el Señor, «Dios –escribió Madre Laura– comenzó a confitar mi alma con el dolor».

«Este peregrinar continuo de Laura –asegura su biografía– parece un pronóstico de las correrías asombrosas de su vida misionera. De igual modo, las obras de caridad, ya entonces practicadas, anuncian lo que fueron sus días y sus actividades posteriores: un desbordamiento del alma en beneficio del prójimo, un gastarse y consumirse para la salvación de sus hermanos». Y añade: «Laura Montoya no nació santa, se hizo santa con la gracia de Dios y con el propio esfuerzo. Y justamente su autobiografía palpita de humanidad. Porque ella misma declara con llaneza los manchones y los rasguños de su espíritu».

Los más débiles y oprimidos

Tras años de penuria personal y familiar y de trabajar como maestra, comenzó su lucha en favor de las mujeres. «Creyó en el valor de la mujer, de su trabajo, de su capacidad para llegar al más débil y oprimido y elevarlo a su dignidad de hombre e hijo de Dios», afirman desde la congregación que fundó Madre Laura.

En 1907, fue nombrada maestra de la pequeña población de Marinilla, a pocos kilómetros de Medellín. Una tarde, después de terminar sus clases, fue a visitar al Santísimo y tuvo una experiencia mística. Arrodillada en el banco destinado a la comunión, rezaba, como de costumbre, por las almas de los infieles. De repente, sintió un dolor tan profundo que no dudó de la maternidad que el Señor le confiaba. Así lo describe ella misma:

«Me parecía como que entendía la generación eterna del Verbo. ¡Aquello no era simplemente una luz! Era como un encuentro con la Paternidad Divina, como en sustancia. Me dejó tal conocimiento del misterio, que me parecía verlo, y toda paternidad me parecía oscura y fantástica. Comprendí con una luz deslumbradora la adopción de los hombres y cómo entraba en la suprema paternidad de Dios… Me vi en Dios y como que me arropaba con su paternidad haciéndome madre, del modo más intenso, de los infieles… Desde entonces, los llamé mi llaga».

Los llamó así porque sentía auténtico dolor por aquellos que vivían sin alimento espiritual, sin sacramentos, y, sobre todo, sin conocer a un Padre Dios que los ama tanto. Y comenzó a pensar en cómo podría trabajar a favor de estos infieles, especialmente los indios de Antioquia.

Laura, movida por el Espíritu de Dios y su gran celo apostólico, se decide a catequizar personalmente a los indios. Concibe una comunidad diferente que se sale de los modelos existentes, para realizar una misión liderada por mujeres y llevada a cabo en lugares selváticos e incomunicados. Así se asegura en su biografía: «A imitación de Jesús, que se encarnó entre los hombres para salvarnos y liberarnos del pecado, Laura concibe una congregación que se pone al nivel del indígena, del negro, del explotado. Vive, comparte y trata de pensar como ellos, se deja guiar por el amor, no impone por la fuerza, sino que convence con el testimonio, con la vida misma de pobreza, humildad, sencillez, bondad y amor eficaz».

Su obra, la Congregación de las Religiosas Misioneras de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena, rompió los esquemas de la época al situar a la mujer en la vanguardia de la evangelización de la selva hispanoamericana. Su celda fue la selva; y su sagrario, la naturaleza.

Redactó para sus hermanas las Voces místicas, inspirada en la contemplación de la naturaleza, y otros libros como el Directorio o guía de perfección. Su Autobiografía es su obra cumbre, libro de confidencias íntimas, experiencia de sus angustias, desolaciones e ideales, vibraciones de su alma al contacto con la divinidad, vivencias de su lucha titánica por llevar a cabo su vocación misionera. Allí muestra su pedagogía del amor, pedagogía acomodada a la mente del indígena, que le permite adentrarse en la cultura y el corazón del indio.

Madre Laura pasó nueve años en silla de ruedas sin dejar su apostolado, el cual seguía ejerciendo gracias a la palabra y la pluma. Después de una larga agonía, murió en Medellín el 21 de octubre de 1949.

A su muerte, dejó extendida su congregación de Misioneras en 90 casas, distribuidas en tres países, con 467 religiosas. En la actualidad, las Misioneras trabajan en 21 países, distribuidas en América, África y Europa. Madre Laura fue beatificada, también en aquella ocasión junto a Madre Lupita, por Juan Pablo II, el 25 de abril de 2004.

Benedicto XVI firmó, el 20 de diciembre de 2012, el Decreto con el cual se reconoce un milagro gracias a la intercesión de la Beata Laura de Santa Catalina de Siena, primera colombiana en llegar a la gloria de los altares de la Iglesia católica. El milagro realizado por intercesión de la hasta ahora Beata fue la curación del doctor Carlos Eduardo Restrepo, quien se encontraba convaleciente y que, aquejado por una especie de lupus, daño renal y una atrofia muscular, se encomendó una noche a ella y amaneció completamente curado.

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Madre Lupita
Fotografía de la Madre Lupita.

María Guadalupe García Zavala, de acuerdo con su biografía oficial, nació en Zapopan, Jalisco, México, el 27 de abril de 1878. Su padre, Fortino García, era comerciante y tenía una tienda de objetos religiosos situada frente a la basílica de Nuestra Señora de Zapopan. Desde pequeña, Lupita, como solían llamarla familiarmente, visitaba con regularidad la iglesia. También desde pequeña ya mostró un gran amor por los pobres y las obras de caridad.

Lupita tenía fama de niña guapa y simpática, sencilla y transparente en su trato, siempre amable y servicial con todos. Tuvo un noviazgo con Gustavo Arreola, pero estando prometida, y a la edad de 23 años, sintió su vocación.

Prometida… con el Señor

El Señor la llamaba a consagrarse a la vida religiosa y a atender, de manera especial, a los pobres y enfermos. Antes de tomar una decisión, acudió a su director espiritual, el padre Cipriano Íñiguez, para contarle su inquietud interior. El sacerdote le aseguró que él había tenido también una inspiración, la de fundar una congregación religiosa para atender a los enfermos del hospital. El padre Cipriano invitó a Lupita a comenzar aquella labor, y juntos fundaron entonces la Congregación religiosa de Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres.

La Madre Lupita ejerció el oficio de enfermera, teniéndose que arrodillar en el suelo para atender a los primeros enfermos del hospital. Al comienzo, el centro tenía muchas carencias, a pesar de lo cual siempre reinó la ternura y la compasión. Siempre se procuraba un buen cuidado de la vida espiritual de todo el personal, sobre todo de los enfermos que estaban ingresados. La Madre Lupita fue proclamada Superiora General de la Congregación, cargo que tuvo durante toda su vida, y aunque provenía de una familia de un buen nivel económico, ella se adaptó con alegría a una vida extremadamente sobria y enseñó a las Hermanas de la Congregación a amar la pobreza para poder donarse más a los enfermos.

En un momento determinado, el hospital empezó a sufrir dificultades económicas. La atención a los enfermos generaba muchos gastos, y no se contaba con los ingresos necesarios. Esta situación obligó a las Hermanas a tener que salir a la calle a mendigar, incluida la Madre Lupita.

Políticamente, el país entró en un período convulso con la caída de Porfirio Díaz y la llegada de los revolucionarios, un período en el que la Iglesia fue perseguida. Especialmente cruentos fueron los años de 1926 a 1929, en los que los revolucionarios Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Pancho Villa y sobre todo Plutarco Elías Calles sembraron el pánico. Madre Lupita, arriesgando su vida y la de sus Hermanas de congregación, escondió algún tiempo en su hospital al arzobispo de Guadalajara, monseñor Francisco Orozco y Jiménez, y también a algunos sacerdotes. El hospital de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres también atendía las necesidades de los soldados perseguidores, a los que daban alimento y curaban de sus heridas. Gracias a esta labor, los soldados protegieron el hospital para que no les pasara nada a las Hermanas ni a los enfermos.

Jubileo y muerte

En 1961, toda la Congregación de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres celebró el jubileo de diamante de la Madre Lupita, es decir, los 60 años de vida religiosa de la fundadora. Ya por entonces padecía una penosa enfermedad que le causaría la muerte dos años después, muriendo con una sólida fama de santidad.

Por impulso de Madre Lupita, se abrieron 11 fundaciones en México. Tras su muerte, el 24 de junio de 1963, en Guadalajara (Jalisco, México), a los 85 años, la congregación siguió creciendo, y actualmente cuenta con 22 fundaciones en México, Perú, Islandia, Grecia e Italia.

Cuando murió Madre Lupita, mucha gente se congregó en el hospital de la Congregación para ver por última vez sus restos mortales. El 25 de junio de 1963, se celebró el funeral en el que participaron gran cantidad de personas.

Ahora, será proclamada santa por el Papa Francisco, tras la aprobación del milagro realizado a Wintila Godoy, quien, por intercesión de Madre Lupita, se curó de forma médicamente inexplicable de una hemorragia intracraneal severa.

Nuevos Decretos de la Congregación de las Causas de los Santos. Una reina y un fundador español, entre los decretos

Una reina, una laica sometida durante meses a una posesión diabólica, un sacerdote con vocación de ermitaño, una Fundadora que arriesgó su vida por salvar a niños judíos de los nazis: éstos son los modelos de santidad cuyos Decretos ha aprobado el Papa Francisco, esta misma semana. Concretamente, la Congregación de las Causas de los Santos ha aprobado los milagros para dos nuevas beatificaciones, la de la reina María Cristina de Saboya y la de la laica María Bolognesi. La primera era hija de Víctor Manuel I, Rey de Cerdeña, y de María Teresa de Austria, en los años del proceso de unificación italiana, una situación difícil para las monarquías de la época. Murió con sólo 23 años, por complicaciones en el parto de su hijo Francisco María Leopoldo. Sus virtudes humanas y cristianas eran muy apreciadas durante su vida, y tras su muerte fueron muy numerosas las comunicaciones de gracias obtenidas por su intercesión. María Bolognesi (1942-1980) fue una joven laica italiana, que padeció durante año y medio un episodio de posesión diabólica y, luego, tras ser liberada, tuvo experiencias místicas que la llevaron a compadecer los sufrimientos de Cristo en la Cruz. Después, durante cuarenta años, llevó una vida dedicada a su parroquia, como catequista y sirviendo a las necesidades de los más pobres.

Asimismo, el Papa ha aprobado las virtudes heroicas del sacerdote español Joaquín Rosselló; tras unos años predicando en misiones populares, se retiró a una ermita para una vida de contemplación; en 1890, fundó una nueva Congregación a partir de la comunidad que se había formado en torno a la ermita, y así surgieron los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María. También se han aprobado las virtudes heroicas de la Madre María Teresa de San José, religiosa polaca fundadora de las Carmelitas del Niño Jesús. Durante la Segunda Guerra Mundial, arriesgó su vida para introducir ropa y alimentos en Auschwitz, y cobijó a varias niñas judías, por lo que, en 1992, fue nombrada Justo entre las Naciones. «Con Dios, nada malo nos puede ocurrir», solía repetir.

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