«Róbenselos a la calle»
Para incorporar realmente a los jóvenes, el resto de la Iglesia debe poner de su parte
La JMJ de Panamá ha supuesto un primer paso en la aplicación del reciente Sínodo. «Ustedes, queridos jóvenes, no son el futuro». «Son el presente». Dios «los convoca» para «poner en acto el sueño con el que el Señor los soñó», les decía el Papa en la Misa de clausura. Pero para incorporar realmente a los jóvenes, el resto de la Iglesia debe poner de su parte. A veces –reconocía Francisco– «los adormecemos para que no hagan ruido, para que no molesten mucho, para que no se pregunten ni nos pregunten, para que no se cuestionen ni nos cuestionen. Es la antimisión, situación que el Papa pide revocar con una pastoral atenta a los problemas e inquietudes de los jóvenes. Especialmente expresivo fue Francisco en su encuentro con los obispos centroamericanos, urgiéndoles –con Óscar Romero como modelo– a no tener miedo a ensuciarse en el fango de las pandillas juveniles, de la violencia machista o de las drogas, trágicas situaciones que afectan hoy a muchos jóvenes de esta región. «Róbenselos a la calle», les decía a los obispos. «Y háganlo no paternalismo, de arriba a abajo… Ellos son rostro de Cristo para nosotros y a Cristo no podemos llegar de arriba a abajo, sino de abajo a arriba».
El Papa pone como condición, sin embargo, que se evite la contaminación ideológica. Francisco habló, como hace a menudo, de una nítida conciencia de comunidad eclesial. Desde un pertenencia común a Jesucristo –les diría muy poco después a los propios jóvenes–, se construye una unidad en la que «encontrarse no significa mimetizarse, ni pensar todos lo mismo o vivir todos iguales haciendo y repitiendo las mismas cosas».
Esa la actitud también con la que la Santa Sede y la Iglesia local afrontan estos días la crisis venezolana, en primer plano de la atención informativa mundial mientras se desarrollaba la JMJ. Los obispos venezolanos, en sintonía y comunión con el Papa, han sido muy claros en la defensa de los derechos humanos, pero evitando que su discurso adquiera tintes partidistas, una frontera que la Iglesia no puede traspasar por mucho que ciertos sectores católicos y políticos reclamen mayor firmeza. También porque, en estos momentos, como decía Francisco a su regreso de Panamá, la prioridad es evitar «el derramamiento de sangre». Y la Iglesia de todos los venezolanos, «de una parte y de otra», debe estar comprometida con una solución pacífica de este conflicto.