Tras la I Guerra Mundial, el francés Jules Rimet concibió el proyecto de los mundiales de fútbol como un instrumento para hermanar a los pueblos, convencido igualmente de las bondades del deporte para superar las divisiones sociales. Ese es el espíritu que muchos vuelven a reclamar hoy, incluso desde instituciones como la UEFA. Sin demonizar el deporte profesional, es evidente que en los últimos tiempos se han sobrepasado muchos límites. Los sueldos estratosféricos de algunas estrellas (con los que probablemente sueñan muchos padres que pierden la cabeza en los partidos de sus retoños) son solo la punta del iceberg del negocio a veces sin escrúpulos que se ha originado en torno a este deporte. Un ejemplo son las vulneraciones denunciadas por la Fundación para la Democracia Internacional de los derechos de los trabajadores en los preparativos del Mundial de Catar. Malamente casa esa realidad con la función educativa que una gran mayoría de aficionados al fútbol considera esencial, ni con el proyecto que soñó Jules Rimet cuando, en 1930, logró la proeza de reunir en Uruguay a 13 combinados nacionales.