Dostoyevski, el novelista que dialogaba con Dios
Atormentado por sus propias debilidades, el escritor ruso entendió que solo el amor podría sellar las heridas de un mundo afligido por la injusticia y el pesimismo
Se cumplen 200 años del nacimiento de Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, quizás uno de los clásicos más universales. ¿Quién no ha oído hablar de Crimen y castigo, Los hermanos Karamázov o El idiota? Se dice que vivimos en una época que ha cerrado las puertas a lo sobrenatural y trascendente, pero lo cierto es que sigue leyéndose –y no poco– a Dostoyevski, cuya obra solo puede entenderse, según sus propias palabras, como un diálogo con Dios.
Nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821. Hijo de un médico violento y alcohólico que murió asesinado por sus siervos, ingresó con su hermano Mijaíl en la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo, pero dejó el Ejército para dedicarse a la literatura después de traducir al ruso Eugenia Grandet, de Balzac. En 1846 publicó su primera novela, Pobres gentes. Elogiada por la crítica y bien acogida por el público, el éxito convivió con una serie de desórdenes que le acompañaron toda su vida: crisis epilépticas, alcoholismo, ludopatía, depresión. El hecho de haber deseado la muerte de su padre le inculcó, además, un agudo sentimiento de culpabilidad.
Las siguientes novelas no gozaron de tanto reconocimiento, lo cual agudizó sus tendencias autodestructivas. Su asistencia a las reuniones del Círculo Petrashevski, un grupo de jóvenes intelectuales partidarios de modernizar Rusia, le costaron ser detenido en 1849. Acusado de conspirar contra el zar Nicolás I, fue condenado a muerte. La conmutación de la pena llegó cuando ya se hallaba frente al pelotón de fusilamiento. Deportado a Siberia, donde pasó cinco años, el sufrimiento le ayudó a renovar su fe y le alejó de las ideas liberales. Le conmovió el gesto de una niña huérfana, que, al contemplar su aspecto de agotamiento y desnutrición, le entregó las pocas monedas que llevaba en el bolsillo. «En nombre de Cristo», le dijo con una sencillez evangélica. En 1854, fue destinado al Séptimo Batallón de la fortaleza de Semipalátinsk en Kazajistán. Su condena incluía otros cinco años en el Ejército como soldado raso. En esa época conoció a María Dmítrievna Isáyeva, su primera mujer. En 1857 una amnistía le permitió regresar a la vida civil y reanudar su trabajo como escritor. Identificado con las tesis paneslavistas de Nikolái Danilevski, criticó el socialismo y reivindicó las viejas tradiciones de la Rusia cristiana. Pacifista y partidario del ascetismo, celebró que el zar Alejandro II aboliera la servidumbre. Nunca ocultó su hostilidad hacia la Iglesia católica, a la que acusó injustamente de buscar tan solo el poder. Sostenía que la Iglesia ortodoxa se había mantenido más fiel al Evangelio.
Durante los años siguientes publicará sus grandes novelas: Memorias del subsuelo, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov, cuya segunda parte nunca llegó a escribirse. La muerte de su mujer y su hermano Mijaíl le hundieron en la desesperación. Volvió a casarse, pero su matrimonio con Anna Grigórievna no logró aplacar su ludopatía y sus altibajos emocionales. Su muerte, el 9 de febrero de 1881, fue un acontecimiento. Miles de personas acudieron a su funeral. Fue enterrado en el monasterio de Alejandro Nevski, en San Petersburgo. En su lápida se grabó un famoso versículo de san Juan: «Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto».
Leer a Dostoyevski nos ayuda a comprender mejor el presente. En Memorias del subsuelo nos muestra la faz más sobrecogedora del nihilismo, la soledad y desarraigo del hombre que ya no cree en nada. En Los demonios nos advierte del peligro de las ideologías totalitarias, que invocan dudosas utopías para destruir la libertad y la vida. En Crimen y castigo nos explica la necesidad del examen de conciencia, sin el cual inhibimos nuestros impulsos morales. En Los hermanos Karamázov nos advierte de que el delirio del superhombre también puede anidar en una conciencia cristiana, transformando la pedagogía del Evangelio en un ideal inhumano. Dostoyevski asumió el reto de explorar el misterio del mal, adentrándose en las simas más oscuras. Se sintió perdido y descorazonado, pero recuperó la esperanza gracias a la fe. El amor a Cristo impregna toda su obra, pero no es necesario compartir sus creencias para suscribir su humanismo radical. Su predilección por las pobres gentes, por los humillados y ofendidos, constituye una lección universal de fraternidad. El príncipe Mishkin es el hombre ético en estado puro. Su generosidad y ausencia de malicia despiertan la incomprensión de sus contemporáneos, que le consideran un loco, un necio, un idiota.
La vida de Dostoyevski no fue ejemplar, pero ningún escritor comprendió tan bien la santidad. Atormentado por sus propias debilidades, entendió que solo el amor podría sellar las heridas de un mundo afligido por la injusticia y el pesimismo. Kafka nos lleva a un páramo desolado y nos deja allí, convencido que la esperanza solo es una ilusión. Dostoyevski nos rescata de ese lugar, invocando la promesa de vida que recorre el Evangelio. «No tengáis miedo», parece decirnos, anticipándose a la famosa frase de san Juan Pablo II. Podemos asegurar sin miedo que la obra de Dostoyevski dio mucho fruto.
- 1821: Nace en Moscú el 11 de noviembre, hace ahora 200 años
- 1844: Despierta su vocación literaria tras traducir al ruso Eugenia Grandet, de Balzac
- 1849: Es encarcelado y acusado de conspirar contra el zar Nicolás I
- 1865: Comienza a escribir su obra cumbre, Crimen y castigo
- 1881: Muere el 9 de febrero en San Petersburgo de una hemorragia pulmonar