Dora Rivas: «Lo más duro es cuando mi padre me dice que se siente inútil»
En el Día Internacional de las Personas Cuidadoras, que se celebra este miércoles, esta periodista reflexiona en primera persona acerca del cuidado, en este caso a sus propios padres
—Tiene que ser duro ver cómo se apagan los propios padres. ¿Cómo lo vive?
—Con naturalidad. Los tengo aquí y los disfruto. Los momentos más duros son cuando mi padre recupera la conciencia y se siente inútil. Se pone a llorar. Da pena porque está muy limitado. No es capaz ni de expresar lo que le pasa y muchas veces tengo que adivinarlo. Gracias a Dios, tengo el apoyo de mi marido. Sin él sería imposible. A mi padre, por ejemplo, hay que cambiarle con una grúa y son cosas que uno solo no puede hacer.
—Aun así, los cuida en casa.
—Yo vi cómo mi madre cuidó a sus padres y se me quedó grabado. Además, mi madre no quería ir a una residencia. Hay casos en los que no queda opción, pero creo que están mejor en casa. Como con la familia, en ningún sitio.

—Su madre cuidó a sus padres y también la atendió a usted de pequeña. Ahora usted cuida a quienes la cuidaron. Se han invertido los papeles.
—Ciertamente. De hecho, con la edad se vuelven un poco como niños. Están muy necesitados y sienten miedo de estar solos. Es bonito, de alguna forma, saldar esa deuda de gratitud con ellos. Aunque, en líneas generales, creo que en la sociedad somos un poco injustos con nuestros mayores. Querer a los padres no es quererlos solo cuando te dan cosas, cuando te sirves un poco de ellos. No: también cuando ya no tienen nada que dar, cuando tu amor empieza a ser un poco más entregado porque es más exigente.
—¿Cómo compatibiliza esa exigencia con el hecho de seguir activa en el mundo laboral?
—Es difícil compatibilizarlo todo. En mi caso he reducido mi jornada, aunque hay que decir que mi jefe ha tenido mucha paciencia con nosotros hasta que hemos conseguido organizarnos. Es digno de señalar que la empresa también sea consciente de que hay algo importante en juego, de que a las familias hay que cuidarlas. Lógicamente, las compañías no se pueden ocupar de los problemas de todos los empleados; pero ayuda mucho que te faciliten las cosas.
—Hay que decir, para quien no lo sepa, que usted trabaja en Obras Misionales Pontificias. Cuando uno se desempeña en una labor tan importante y bonita como la animación misionera, ¿cuesta más dar un paso atrás para dedicarse al cuidado?
—La verdad es que me costó, porque, aunque no quieras, tienes que renunciar a algunas cosas. En mi caso había tareas que antes hacía y que ahora no puedo hacer. Aun así, en realidad, cuando tienes claro lo que quieres, el resto va un poco en función de eso.
Andrés cumple 102 años el próximo 29 de noviembre y sufre deterioro cognitivo. Empeoró hace un año a raíz de una caída y ahora va en silla de ruedas. Enedina tiene 88 años y alzhéimer. Todavía reconoce a su hija Dora. Lo que ha perdido ha sido la localización espaciotemporal. No sabe si está aquí o en el pueblo.
—La semana pasada, el presidente de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales advertía de un sistema de dependencia «low cost» en España. ¿Cuál es su experiencia?
—La ayuda pública entiendo que hay que agradecerla, si bien cuesta organizarse bien con ella. En ocasiones, nos han cambiado el horario o a la persona que viene y eso tiene un impacto en los mayores: se descolocan ante cualquier cambio inesperado. Tengo la sensación de que el servicio público intenta llegar, tiene buenas intenciones, pero al final no lo consigue. Mi madre estuvo un tiempo en un centro de día. La saqué. No comía. Nos lo ponían en el informe: «No ha comido». Claro, una persona con su deterioro no nos podía contar qué había pasado. En fin, llegan hasta donde pueden; y en ocasiones la gente está contenta.
—¿Ha encontrado prejuicios al reducir su jornada y dedicarse al cuidado?
—Al revés. Hay mucha gente que piensa que estás haciendo una heroicidad; y eso tampoco es. La incomprensión viene, y hablo como católica, porque a veces tenemos asumidas teorías que luego es costoso llevar a la práctica. Me explico: existe la convicción entre los católicos de cuidar a los ancianos. Pero luego, cuando hay que renunciar a cosas para hacerlo, quizá hay gente a la que se le tambaleen sus principios.
—¿El cuidado también puede ser testimonio de fe? «Mirad cómo se aman».
—Dios lo quiera. Sin embargo, conozco demasiado bien mi corazón y me veo muy miserable. En mi interior hay egoísmo, pérdida de paciencia, pequeñez. Aunque es verdad que Dios utiliza esa pequeñez para hacer cosas grandes, seguro.