Dios y el dinero - Alfa y Omega

Dios y el dinero

XXV Domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 16, 1-13

José Rico Pavés
‘Son más importantes las personas que el dinero’. Tabla del siglo XV. Museo Cluny, París.

Jesús invita a ganar amigos con el dinero injusto para, un día, ser recibidos por ellos en las moradas eternas. La invitación está llena de sorpresas: ¿qué clase de amigos se pueden ganar con dinero injusto? ¿Acaso la injusticia no aparta del cielo? El pasaje evangélico que la Iglesia nos presenta, este domingo, requiere una lectura pausada que evite conclusiones apresuradas. El Señor no está proponiendo la connivencia con la corrupción, ni está alabando la habilidad torticera de quienes saben sacar beneficio incluso en las situaciones más arduas. Para comprender la parábola del administrador injusto, es necesario acoger también la explicación que ofrece el mismo Jesús y destacar la verdad que ilumina toda la enseñanza. Por eso, en este caso, puede ser de gran utilidad volver sobre este Evangelio leyéndolo desde el final hasta el principio.

Empezando por el final se descubre la verdad que ilumina toda la enseñanza: no se puede servir a Dios y al dinero. Al comenzar su camino hacia Jerusalén, Jesucristo ya había advertido de la necesidad de alejarse de toda forma de codicia. Ahora la enseñanza del Maestro se hace aún más explícita: hay una forma idolátrica de gestionar los bienes de este mundo que aleja del culto debido sólo a Dios. Sirve al dinero quien lo pone en el centro de sus trabajos, busca en él seguridades, o subordina las relaciones personales a su ganancia. El uso idolátrico del dinero quiebra la dignidad del trabajo, del trabajador y de su legítimo descanso. Jesús previene: quien tiene su corazón en el dinero, verá arrebatada su capacidad para amar; por eso, el servicio a Dios, que es respuesta de amor a quien nos ha amado primero, es inconciliable con el servicio al dinero.

Continuando por la conclusión de la parábola se encuentra la explicación que ilustra esta enseñanza. La actitud servicial se verifica en la fidelidad a las pequeñas cosas. El cuidado de lo poco es garantía de fidelidad en lo mucho. El corazón humano, que ha sido creado para ser portador de un amor infinito, mientras está en este mundo, necesita ensanchar su capacidad de amar, lo cual es sólo posible si, en docilidad al Espíritu Santo, aprende a encontrarse con el Señor hasta en lo más pequeño. Para llegar a ser grandes, hay que hacerse pequeños. Para abrazar un día a Quien no puede ser abarcado, necesario es dejarse abrazar por Él en detalles pequeños.

Y acudiendo, por último, al principio se puede ubicar la parábola desentrañando el significado de sus elementos particulares. El administrador era injusto porque gestionaba mal los bienes que le habían sido confiados, pero recibió el elogio del dueño de la hacienda porque, al ser advertido, reaccionó con prontitud y actuó con astucia comprendiendo que son más importantes las personas que el dinero. El hombre rico no le reprochó haber reducido sus ganancias, sino que le felicitó por haberse ganado amigos con un dinero que estaba mal distribuido. De ahí la invitación de Jesucristo: cuando el dinero es injusto, es decir, está mal distribuido, la administración astuta no puede consistir en multiplicar la injusticia, sino en invertir en bienes perdurables. Administra con astucia elogiable los bienes de este mundo quien lo hace pensando en los bienes eternos, es decir, quien sabe ganar con ellos amigos para el Cielo.

XXV Domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando. El administrador se puso a decir para sí: ¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Éste respondió: Cien barriles de aceite. Él le dijo: Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Él contestó: Cien fanegas de trigo. Le dice: Toma tu recibo y escribe ochenta. Y el amo alabó al administrador injusto porque había actuado con astucia.

Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Si, pues, no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores: porque, o bien aborrecerá a uno y amará a otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».