Dios no olvida al pobre - Alfa y Omega

Dios no olvida al pobre

Jueves de la 2ª semana de Cuaresma / Lucas 16, 19-31

Carlos Pérez Laporta
El pobre Lázaro en la puerta del hombre rico. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.

Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo:

“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consuelo, mientras que tú eres atormentado.

Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.

Él dijo:

“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio, de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice:

“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:

“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo:

“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Comentario

No aparece en la parábola que en ningún momento se crucen en vida el pobre Lázaro y el «hombre rico». Lázaro «estaba echado en su portal», pero el rico no lo ve. Es invisible a sus ojos. Se camufla en el conjunto de cosas del mundo que no le interesan, que no le rozan. Él «se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día». Tenía el estómago lleno, el corazón embotado y los ojos cegados. Los perros sí le ven, y acuden a lamer sus heridas.

Pero, en realidad, no hace falta ser excesivamente rico para pasar por alto al pobre. Basta estar demasiado aferrado al propio quehacer. O sencillamente eludir cualquier tensión interior ante la pobreza. Preferimos no mirar para no sentirnos obligados. No a pagar, no; mucho antes que eso. No queremos tener que hacernos cargo de la miseria. Mirar la pobreza de frente es, en cierta manera, asumirla. Soportarla personalmente con los ojos es lo que más nos cuesta. De hecho, muchas veces ofrecemos limosna para poder dejar de mirar, para poder por fin apartar la vista. Me parece que la mayor parte de las veces la mejor limosna es una mirada. Porque la mirada se hace responsable del drama, y logra destensar la soledad absoluta que en la mayoría de veces aflige al que pordiosea.

Por eso, no se menta el nombre del rico. Pero Jesús sí dice con toda claridad el nombre de Lázaro. Porque Dios no pierde de vista al pobre, nunca lo olvida. Cristo afronta la pobreza, soporta con dolor la soledad del pobre con el pobre.