Diana fue violada durante seis meses en un piso de Madrid
Su supuesto novio la había conseguido una entrevista de camarera, pero era un proxeneta que la vendió como actriz porno. Su historia vertebra la docuserie Pornoxplotación, de Mabel Lozano
A Halyna la amenazaron con hacer daño a su madre, sola y pobre, y a sus hermanos, drogadictos, si intentaba escapar o no obedecía las órdenes. Lo sabían todo de ella, pero no era recíproco. Halyna no sabía quiénes eran esas personas que la encerraron en una habitación y la mandaron cambiarse de ropa. Solo había aceptado acudir a un encuentro para ser filmada «bebiendo semen de una copa». La pobreza y la falta de alternativas a veces hace tomar este tipo de decisiones. Pero cuando entró en la sala, a rastras, una veintena de hombres, con máscaras, eso sí, esperaban para eyacular dentro de su boca. Estuvo a punto de desmayarse, pedía que parasen. Se atragantaba. Pero nadie la hizo caso. Mientras, la cámara se acercaba para grabarlo todo. «He vomitado. Y lo han grabado. Les gusta incluso verme vomitar». Ellos, anónimos, pagan por vejar a una mujer y no tienen ni que registrarse; ni siquiera hacerse una analítica. En esta ocasión eran alrededor de 20, pero en este tipo de violaciones pueden llegar a ser hasta 100. Ella, con su cara bien visible.
Esta espeluznante escena aparece en la docuserie de tres capítulos Pornoxplotación, basada en el libro homónimo de la experta en trata Mabel Lozano y el inspector de Policía Pablo J. Conellie, y dirigida por la propia Lozano. Producida por Secuoya Studios, fue estrenada hace unos días en la SEMINCI de Valladolid, y el deseo de sus creadores es que tenga largo recorrido: «Deseamos que se emita en una televisión, mejor pública, porque pretendemos que sea una herramienta para padres y educadores, y para los propios chavales, que sepan qué hay detrás del porno», asegura la directora.
Una de las premisas que se analiza en el documental es la «relación directa entre las agresiones estilo manada y la pornografía violenta», explica Conellie a Alfa y Omega. Alejandro Villena, del proyecto Dale Una Vuelta, asegura en el documental que «la pornografía legitima la violencia y la normaliza». También el doctor en Sociología Lluís Ballester añade en la docuserie que desde 2016 hay más de 220 manadas judicializadas —la última, chavales de 14 años que han violado a una niña de 12—, que «filman sus experiencias de violación y las distribuyen, porque su aventura no acaba hasta que las muestran a sus compañeros en una red social». Según el último informe de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), el 30 % de los niños encuestados reconoce que el porno es su única fuente de información sobre sexualidad y más de la mitad que la pornografía online les da ideas para sus propias experiencias.
Otro de los protagonistas del documental es Pablo, padre «de una familia normal, trabajadora», que un buen día recibió en un grupo de WhatsApp un vídeo sexual que se había viralizado y cuya protagonista era su propia hija. «Hay millones de gigas de contenido sexual robados, que se han mandado a un novio o novia y acaban apareciendo en una web», señala Mabel Lozano. Eso le pasó a Paula. Niña madrileña que envía un contenido sexual, es interceptado por un depredador que capta niñas para su negocio, y la menor acaba en una trama en la que ahora es testigo protegido. «Hay que decir a los chavales que no compartan contenido sexual», recalca Conellie. «No tenemos formación digital, en qué significan estas tecnologías a nuestro alcance y qué implicaciones tiene. No nos da tiempo a crear una ética y ciertas normas sociales, y a comprender las consecuencias de nuestros actos». El policía, que acude a colegios a dar charlas, constata que «muchas veces a los chicos todo esto les parece inocuo, y nada más lejos de la realidad».
Diana se enamoró de un chaval que terminó encerrándola en un piso de la Gran Vía madrileña donde estuvo seis meses sin ver la luz del sol. Ella fue a hacer una entrevista para ser camarera, pero un explotador cambió el rumbo de su vida y cada día la violaba varias veces para grabar escenas porno. «Los días que tenía la regla me metía una esponja para que no sangrase». Después empezaron a llegar actores porno y hombres de la calle que pagaban por tener sexo con ella. El siguiente paso fue la webcam, donde debía satisfacer 24 horas los deseos de quien pagaba al otro lado de la pantalla. «Si alguien ha olvidado un martillo en tu sala, otro alguien va a pedirte que lo utilices. Y tú vas a tener que hacerlo», constata Diana, cuya historia es real, pero que es interpretada por una actriz por mantener su anonimato. Diana escapó un día que se quedó la puerta abierta. Pero su novio fue a buscarla a casa y la llevó a un bar de copas, que en realidad era un prostíbulo. Allí la hizo abortar. Allí la vendió como estrella del porno. Y ella se cortó las venas.
Explotación sexual, trata y pornografía son tres delitos muy relacionados, asegura Conellie. «La pornografía es una manera de explotación sexual». En Francia, por ejemplo, ya se han realizado detenciones relacionadas con productoras pornográficas, o en Colombia, por explotar a webcamers menores. «¿Cómo va a ser que algo a la orden del día, tan consumido, sea un delito?», se preguntan muchos. «Entre otras cosas, hay víctimas que no denuncian, porque han firmado algún papel y creen que no tienen derecho, pero esos papeles suelen adolecer de toda legalidad», concluye el policía.