Javier Ros: «Los padres pagamos a nuestros hijos el consumo de pornografía» - Alfa y Omega

Javier Ros: «Los padres pagamos a nuestros hijos el consumo de pornografía»

Fran Otero
Foto: UCV.

Nos metemos de lleno en uno de los problemas sociales de nuestro tiempo: la pornografía. Lo hacemos con Javier Ros, director del curso universitario —el primero de estas características en nuestro país— sobre prevención, detección y acompañamiento de la adicción a la pornografía de la Universidad Católica de Valencia y el Pontificio Instituto Juan Pablo II, que acaba de estrenarse. Una propuesta que se hace desde la fe cristiana y la Teología del Cuerpo del santo Papa polaco.

¿La pornografía es un problema?
Los datos son alarmantes. Según el investigador Lluís Ballester, el 70 % de los niños empieza a ver pornografía a los 8 años y a consumirla de forma generalizada a los 14. Save the Children coloca la edad de inicio a los 12 años. Además, apunta que el 47 % de los jóvenes ha llevado a la práctica lo que ha visto y que el 12 % ha obligado a su pareja a hacerlo. Según la revista Archives of Sexual Behavior, el 80 % de los jóvenes que consumen pornografía se involucran en comportamientos sexuales agresivos. Hay un problema y hay que abordarlo.

¿Qué consecuencias tiene?
A nivel general, lleva a un encapsulamiento de la persona, a una dificultad en las relaciones, a un hábito continuado que puede desembocar en obsesión, compulsión y adicción. Siendo más concreto, puede provocar disfunciones sexuales —aunque no siempre—, problemas de relación sexual con la pareja, dificultades emocionales o afectivas y pérdida de interés en otras actividades. A medida que se entra en la pornografía, los umbrales de satisfacción se van ensanchando y, por tanto, se necesita subir de nivel, con contenidos con mayor carga sexual y violencia. Se puede entrar en una espiral conductual peligrosa.

¿Afecta a la fe y a la vida espiritual?
Las personas que consumen pornografía tienen una gran dificultad para escuchar la Palabra de Dios y poner en práctica la vida evangélica. Aleja de Dios.

¿Somos conscientes como sociedad de la dimensión de esta realidad?
No hay demasiada conciencia. Vivimos en una sexualidad líquida, permisible, desvinculada de la persona. Se presenta como un juego. Las personas pueden tener sexo habitual con parejas diferentes y parece que no afecta a nada. Pero hay consecuencias. Por otro lado, el consumo de pornografía no solo afecta a los jóvenes, los adultos están metidos a tope. No se puede prevenir ni curar algo que tú mismo estás sufriendo. Somos el país número once del mundo en consumo de pornografía. Y como los adultos consumen porno, justifican a los jóvenes. Además, hay muchos intereses económicos detrás, muchísimos millones de euros. El acceso a páginas web pornográficas supera al consumo de las páginas de Microsoft, Google, eBay, Yahoo, Apple y Netflix juntas.

¿Se tocan violencia y pornografía?
No hay suficiente investigación, pero hay una relación directa entre el consumo de pornografía y la violencia o las drogas. La necesidad de alcanzar un mayor nivel de excitación provoca que se tomen conductas de riesgo. Además, se ve cómo se usa a la persona, especialmente a la mujer. La pornografía es la ciencia ficción de la sexualidad. La realidad no es así y esto provoca frustración. Así, los encuentros sexuales que no cumplen los estándares pornográficos pueden desembocar en situaciones de dominación, violencia e ira.

¿Y con las redes sociales?
La puerta de entrada al consumo pornográfico son las pantallas. Cuando no existían, un joven tenía que ir al quiosco, exponerse. Era algo censurable y que se hacía a escondidas. Había un tiempo de reflexión y costaba. Hoy, el acceso es ilimitado. Los padres pagamos a nuestros hijos el consumo de pornografía. Les compramos el móvil o la tableta, costeamos la conexión a internet y el control que llevamos es muy limitado.

¿Y qué pueden hacer?
Los padres tienen la obligación y el derecho de educar y proteger a sus hijos, y las pantallas son la piedra de toque. Hay que poner horarios y retrasar al máximo la edad para darles un móvil. La Asociación Americana de Pediatría la fija en los 15 años. Deben poder hacer seguimiento a los hijos, tener acceso a los dispositivos y estar en sus redes sociales. Somos ortopedia para los hijos.