Día de Todos los Santos - Alfa y Omega

No era el día de Todos los Santos, quizás fuese un par de días antes. Esa tarde me acerqué a Villasur. Un pueblo pequeñito de los que hay por aquí. Los veraneantes ya se han marchado, «y ahora quedamos cuatro de ellos», me dice Mari Valle. Un paseo por el pueblo, y apenas dos o tres conversaciones. Iba andando hasta el coche, que había dejado al lado de la iglesia, cuando veo a Encarna salir del cementerio. Un cementerio pequeñito, «pero suficiente, ¿no te parece?», me dice ella.

Sí, es pequeño. Con las tumbas, todas, en tierra. Es de los que cuando los ves, te hablan de algo distinto, sin mármoles o presunción. Está cuidado, con flores en cada una de las tumbas, que riegan en verano una vez a la semana las personas del pueblo que se acercan dando un paseo. Son tumbas sencillas con una cruz o una lápida a la cabecera, alguna de ellas tiene una oración o poema, todos ellos dando gracias por los años, por la vida… y con esperanza.

Me quedé mirando, haciendo una pequeña oración, mientras Encarna cavaba unas brozas que habían salido y afeaban la tumba de su tío. Me contó parte de la vida de Teófilo, cómo vivió con ellos, que su vida había sido difícil al ser una persona dependiente en unos tiempos en que no sobraba nada. «¡Con qué poca cosa se le hacía feliz!», se le amontonan los recuerdos, se emociona. Hay cariño en sus palabras.

«¿Has estado rezando un poco?», le pregunto. Ella me mira y se ríe. «He estado hablando un rato con todos, al pasar por cada tumba los vuelves a recordar, los vuelves a ver y hablo con ellos». Lo dice con una sonrisa y una lágrima que resbala por la mejilla. «Si alguien pasa y me ve, igual piensan que no estoy bien del todo, pero es que ellos forman parte de nuestra vida, a ellos les debemos la vida, la fe, cada calle y cada casa… somos fruto de su vida», añade. Me ha hecho descubrir cómo ellos son nuestras raíces, y las raíces de nuestra pequeña comunidad. Ellos nos han enseñado lo que significa ser vecinos, ayudar, acompañar, tejer relaciones, tener la puerta abierta de la casa, un plato de comida para el enfermo o el necesitado, a rezar y hacerlo juntos. Nos han dado la vida y el sentido de la vida. ¡Casi nada! Me ha hecho pensar y dar gracias recordando nombres y caras, y las arrugas de sus manos generosas.