La pacificación de una sociedad en la que ha habitado el terrorismo es muy compleja. Precisa de múltiples enfoques y distintos abordajes. Con las palabras que siguen voy a abrir un pequeño ventanuco por el que mirar: los encuentros cara a cara entre víctimas de ETA y presos que optaron por la paz (procesos restaurativos en la vía Nanclares).
¿Para qué quieren algunas víctimas encontrarse con la persona que asesinó a un familiar? Hay tantas respuestas como personas que se hagan la pregunta. Mi experiencia de trabajo en el equipo que facilitó estos encuentros me lleva a dos conclusiones generales: dejar de odiar y evitar que el sufrimiento se transmita a generaciones posteriores. Para ello se utilizan tres instrumentos: la palabra, la escucha y el silencio; todo de rostro a rostro, donde las miradas reconstruyen humanidades negadas o cegadas.
Este proceso no es sencillo. Una cuerda elástica, invisible y anclada emocionalmente en la mente de la víctima y del victimario les mantiene atados en un nivel inconsciente. No pueden huir. Buscan distanciarse, pero no pueden. Unos quedan unidos por el intenso daño sufrido, el odio y la necesidad de venganza; los otros, por la autojustificación del delito, las creencias y la culpa.
He sido testigo de que una buena parte de las víctimas necesitan dejar de odiar. Este sentimiento, junto a la rabia, la desconfianza y el miedo, son emocionalmente adaptativos durante años. Pero, con el paso de los años, se pueden volver disfuncionales y necesitan ser superados.
También he sido testigo de que autores de delitos de terrorismo durante el cumplimiento de su condena fueron capaces de asumir su responsabilidad y superar las creencias e ideologías que justificaron el delito. Necesitaron expresar ante la víctima su toma de conciencia y reparar el daño en la única medida en que se puede: a través de la escucha del sufrimiento causado, el reconocimiento de la humanidad negada y la construcción de la verdad.
En este sentido, un preso con el que trabajamos en un encuentro con la viuda de la persona que asesinó, expresó: «Poder estar con el familiar de la víctima del atentado en el que yo participé directamente o con otros familiares de víctimas del terrorismo, tener ocasión de escuchar sus impresiones y sus testimonios, me permitió reevaluar racionalmente numerosas cuestiones de carácter ético y emocional, y acercarme a una realidad largamente eludida, que siempre estuvo ahí, de la que durante largo tiempo traté de escapar. El encuentro con estas personas […] representó un hito, un antes y un después, en mi trayectoria de depuración ética».
Para el inicio de estos procesos, la víctima necesita tener la certeza de que la condena se está cumpliendo legalmente, que el agresor asume la responsabilidad personal por el daño y que se hace consciente de la humanidad destrozada por su comportamiento. Igualmente, necesita narrar las consecuencias del delito en distintos ámbitos de su vida y preguntar a su agresor los detalles necesarios para completar el relato y la memoria desde la verdad.
Quien ha asesinado, además de cumplir la pena, debe tomar conciencia del daño; estar dispuesto a escuchar el sufrimiento causado, sin defensas ni justificaciones; reconocer la humanidad de la víctima que un día negó para cometer el delito; ayudar a la víctima a construir le memoria desde la verdad y rechazar explícitamente el uso de la violencia para la defensa de sus ideas políticas.
Después de varias sesiones de trabajo individual y de encuentros, las respuestas a las preguntas que siguen dan testimonio de lo que realmente aconteció: ¿Qué puede suceder cuando el victimario escucha desde la apertura del corazón la narrativa del sufrimiento causado? ¿Qué consecuencias tiene la construcción del complejo y multifactorial relato de la verdad? ¿Qué ocurre cuando la víctima escucha el relato de sufrimiento del victimario durante la detención policial, el proceso penal y el cumplimiento de la condena? ¿Qué puede suceder cuando una persona observa a la propia familia, al propio grupo social, a sus creencias y a la vez a las del otro y reconoce, aun siendo diferentes, que comparten la misma naturaleza y, por tanto, merecen el mismo respeto? ¿Es posible ceder en la pretensión de superioridad y otorgar al otro un lugar de igualdad –no de simetría moral– para tomar conciencia de la vulnerabilidad humana? ¿Se puede alcanzar un estado de identificación humana que permita el desmantelamiento del odio?
He podido comprobar muchas veces que la humanidad y la compasión aparecen cuando hay encuentro personal; el vínculo maléfico que el acto criminal anudó, se deshizo. Quedaron libres para continuar su camino de sanación personal. Se pudo elaborar la memoria desde la justicia, el uso de la palabra, el silencio y la paz.
Julián Carlos Ríos Martín
Comares
2019
104
10,45 €