De pastores y de ovejas - Alfa y Omega

El 28 de marzo de 2013, Jueves Santo, en su primera misa crismal, el Papa Francisco les decía, a los más de 1.600 sacerdotes presentes en aquella celebración, que tenían que ser «pastores con olor a oveja». Esta frase se hizo famosa. Clara y expresiva. Muy fácil de entender por parte de los obispos, los sacerdotes y el pueblo fiel. Los pastores tienen que oler a oveja, a campo, a caminata junto al rebaño. Nada de pastores de despacho y aire acondicionado.

Uno se imagina al pastor por los campos de la Serena (Badajoz), con sus mastines y su zurrón. O, quizás, ordeñando las ovejas. O haciendo ese queso fuera de serie que tenemos. O, tal vez, en los días agobiantes del esquileo o el nacimiento de los corderos. «Más atareao que el pastor en la pariera», que dicen en mi pueblo, cuando uno tiene muchas cosas que hacer, y varias de ellas a la vez.

En cualquier caso, «oliendo a oveja». No cabe que el pastor no huela a oveja. No cabe que el pastor no esté nunca con el rebaño. Lo que pasa es que, muy probablemente, a los sacerdotes y obispos que escuchaban al Papa, la frase les hizo que se les removieran por dentro muchas cosas.

Seguro que les vino inmediatamente a la memoria la imagen del Buen Pastor. En el Evangelio es una imagen poderosa: cuida de las ovejas, las conoce, las llama por su nombre, las defiende, está dispuesto a dar la vida por ellas. No es un asalariado al que le importa más el sueldo que las ovejas.

O tal vez pensaron en el pastor al que se le pierde una de sus cien ovejas. Y deja las 99 y se va en busca de la oveja perdida.

En cualquier caso, seguro que sí percibieron una llamada de atención muy fuerte. En el Evangelio queda claro que el pastor no ha venido a ser servido, sino a servir. No ha venido a aprovecharse de las ovejas, sino a buscar su bien. No puede estar lejos de ellas, con ropajes selectos y puestos de honor.

Si no huelen a oveja, si no están con el rebaño, durmiendo al raso y vigilando durante la noche, los pastores no oirán el anuncio más grande, la mayor noticia: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Ni tendrán la clave, la señal que permite encontrarlo: «Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

Si los pastores no quieren velar junto al rebaño, no podrán recibir la Buena Noticia, no podrán encontrar al Señor. Lo que pasa es que, si hablamos de «pastores» en este contexto eclesiástico y clerical, seguro que pensamos, ante todo, en obispos y sacerdotes.

Pero nos engañaríamos si perdiéramos de vista que estas palabras se nos dirigen a todos. Principalmente a quienes tenemos responsabilidades sobre personas.

¡Los gobernantes, los políticos! Pensarán algunos. Ciertamente, y muy en primer lugar. Tendrían que oler a oveja. Hay muchos, sobre todo alcaldes de lugares pequeños, que sí huelen a lo que tienen que oler. Pero tenemos la impresión de que, según se va subiendo por la escala, se va perdiendo el olor y se va buscando el honor.

¿Y nosotros? Pues también nos afecta. Hay quien tiene personas contratadas, hay quien trabaja en la educación, en la sanidad, en la administración pública, en el comercio o en tantas otras profesiones que nos ponen ante personas. Hay quien es padre, hay quien es madre.

Somos pastores.

Y ¿a qué olemos nosotros? Se nos han encomendado, de una forma o de otra, muchas ovejas. Algunas muy cercanas y queridas. Otras más lejanas o indiferentes. Otras, decididamente desagradables. Pero todas ellas ovejas, a las que tenemos que servir, ayudar y cuidar.

Somos pastores. Todos lo somos y estamos llamados a serlo.

Y no hay excusa: tenemos que «oler a oveja».

Pedro Armada SJ

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