De los medios y los fines - Alfa y Omega

¿Puede un cristiano resistir la injusticia? ¿Por qué medios? Esta es una de las cuestiones que a lo largo de la historia han enfrentado la ética y la filosofía política. En la obra El hombre y el Estado (1951), síntesis de la obra política de Jaques Maritain, el filósofo afronta lo que califica como el problema fundamental de la filosofía política: la naturaleza de los medios y los fines y la concordancia entre ellos. Maritain se sitúa tan lejos del amoralismo maquiavélico que sostiene que son los fines los que justifican los medios, como el hipermoralismo de ideas puras que desprecia la complejidad de las realidades sociales hasta el punto de hacer impracticable la ética. Fiel a su preocupación por la jerarquía de los medios y su purificación, y consciente de que la ética política no puede desentenderse de las complejidades reales de la vida humana, Maritain nunca rehuyó las preguntas por la resistencia a la injusticia ni por la moralidad de los medios. Mostró interés por los «medios de guerra espiritual» y reflexionó sobre la elección de medios honestos de resistencia al mal.

Sin negar el recurso al último recurso, nunca dejó de sostener que «hay siempre buenas y malas acciones; no es lícito recurrir a cualquier medio; es todavía y siempre verdadero que el fin no justifica los medios». Este principio no es, sin embargo, un código escrito. No existe ese código que venga en ayuda del hombre, escribió Maritain. «En una noche oscura llena de trampas, corresponde a la conciencia, a la razón y a la virtud moral de cada cual hacer en cada caso particular el juicio moral justo». El pesimismo maquiavélico y el idealismo hipermoralista niegan que la persona pueda hacer un uso racional y libre de la conciencia. Y, sin embargo, es esta la que aplica los principios y es el verdadero árbitro. La política en la que Maritain creía, y que puede iluminar nuestro presente, no es de debilidad evangélica ni de no resistencia al mal. El filósofo parisino creía en una política cuyos motores espirituales son la amistad cívica y el amor. «Nunca fue el exceso de amor lo que hizo fracasar a los hombres políticos, sino que sin amor y generosidad el resultado regular es siempre la ceguera y el error de cálculo». Tal es la verdadera política cristiana, que no es ni teocrática ni clerical, sino verdaderamente humana.