De la utopía a la distopía
Los líderes de nuestro tiempo tratan de construir un futuro mejor, dicen, pero lo que están haciendo es traer una distopía peligrosísima al único tiempo posible, que es el ahora. Y cada vez son más los jóvenes que despiertan del embrujo demasiado tarde
Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es la desconexión de la realidad, enfermedad que afecta a buena parte de la minoría que gobierna para la mayoría. Vivimos una especie de constructivismo ideológico que tiene en el idioma su principal campo de batalla. Si algo no me gusta, lo llamo de otra manera, si una verdad me incomoda, la esquivo, rodeo, transformo, manipulo y refundo. Hasta la caída del Muro de Berlín, la utopía revolucionaria viraba en torno al eje de la clase social. Los de abajo contra los de arriba y en ese plan. Muchos pensaron que los cascotes de aquel muro infame supondrían el inicio de un nuevo mundo con más encuentro y menos ideología. Sin embargo, los años nos han ido trayendo nuevas revoluciones o, mejor dicho, nuevas maneras de enfocar la vieja utopía socialista. Ahora, el concepto llamado a enfrentarnos es del género, una polisemia inabarcable. La nueva realidad no es la de la vida coronavírica, sino la de la pandemia ideológica: retuercen las cosas hasta meterlas en su storytelling, una especie de guion vital en el que los buenos y los malos son fijados a priori.
El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) acaba de emitir un informe en el que critica varios aspectos de la conocida como ley trans promovida por la ministra de Igualdad. Irene Montero departe en esta foto con la también ministra Ione Belarra, a la par secretaria general de Podemos. Se ríen, ambas, hablarían de alguna nadería, como hacemos todos tantas veces, pero no puede uno dejar de ver en esa imagen un aire adolescente, inconsistente. El CGPJ cree que la ley de Montero discrimina a la mujer. También considera que provocará desigualdades evidentes en la práctica deportiva. Y denuncia que se invente palabras como contracondicionamiento, despatologizador o intersexualidad.
A lo que más se parece la ley trans es a la nueva ley educativa que, en uno de los enunciados incluido por el ministerio en la asignatura de Valores Cívicos y Éticos, llama a «entender la naturaleza interconectada e inter y ecodependiente de las actividades humanas, mediante la identificación y análisis de problemas ecosociales de relevancia, para promover hábitos y actitudes éticamente comprometidos con el logro de formas de vida sostenibles». Los líderes de nuestro tiempo tratan de construir un futuro mejor, dicen, pero lo que están haciendo es traer una distopía peligrosísima al único tiempo posible, que es el ahora. Y cada vez son más los jóvenes que despiertan del embrujo demasiado tarde.
Los compañeros de El Mundo desvelaron recientemente la historia de Ame, una chica que sufrió abusos sexuales y acoso en el colegio y que abrazó la teoría queer dominante según la cual el género es un constructo cultural. Pensó que vivía en un cuerpo equivocado. Hoy sabe que no es cierto y denuncia: «No puede ser que miles de niños con problemas decidan que su única solución es hormonarse y operarse, y ni siquiera se permita que se traten con un profesional de la salud mental».
Las palabras no crean la realidad. La verdad siempre acaba reclamando su dominio, pero a veces tarda y, mientras tanto, muchos chavales como Ame sufren por culpa de aquellos que dicen hablar en su nombre.