De la risa, al esperpento - Alfa y Omega

Hasta que la corrupción entró en la campaña electoral catalana, el diagnóstico era unánime. «Nunca he visto funcionar mejor la teoría de Lakoff sobre el marco (No pienses en un elefante) que en el plan nacionalista», escribía, la pasada semana, en El Mundo, Arcadi Espada. Lo importante en política, afirmaba el célebre lingüista norteamericano, es dominar los parámetros del debate, y, en este caso, el nacionalismo ha marcado de principio a fin las reglas de juego. Contaba el 3 de noviembre Ignacio Camacho, en ABC, una conversación con un empresario catalán, a quien le bromeó acerca de si había tenido que mostrar el pasaporte para venir a Madrid. «No bromees con eso», le cortó el hombre. «Te parecerá una exageración, pero lo primero que deberíamos hacer todos es evitar lo que yo llamo la simulación psicológica de la independencia. Sí, esa frivolidad más o menos subconsciente con la que discutimos sobre cómo quedarían las cosas en una Cataluña segregada. Desde si permanecería en Europa, hasta asuntos aparentemente inocentes como en qué Liga jugaría el Barça. Eso fomenta un estado de opinión que da por sentado que la secesión es posible».

Sólo la corrupción —los nuevos presuntos escándalos que salpican a Convergencia— ha logrado desviar la atención de una supuesta secesión, el debate que ha monopolizado la campaña electoral, en términos como: ¿Cataluña será parte de la OTAN? ¿Será una monarquía o una república? Y sobre todo: ¿permanecerá en la UE y en el euro?

Algunos prefieren tomárselo a risa. Otros advierten de que está pasando algo muy serio, y el esperpento catalán es sólo un síntoma. No es broma —advierte Gabriela Bustelo en La Gaceta— que en Cataluña haya quien pregunte si, «para ir de Madrid a Barcelona, hay que pasar por San Sebastián»… No es broma, ni tampoco es casual: «Cuando Pujol llegó al poder en los años 80, una de sus primeras imposiciones fue la purga del idioma español mediante le ley de política lingüística de 1983, que comenzó con la expulsión de 14.000 maestros por negarse a impartir clase en catalán».

El problema no está sólo en Cataluña, ni proviene sólo de los partidos oficialmente nacionalistas. En Navarra, ante un previsible adelanto electoral, Bildu echa mano de un estratega de ETA, que se propone un acercamiento a los socialistas, los cuales se dejan querer, cuenta, en El Mundo, Fernando Lázaro. Y en el País Vasco, el PNV afila los cuchillos, con un nuevo plan soberanista. El PP reacciona y se planta ante Íñigo Urkullu…, ofreciéndole su apoyo para los Presupuestos. En Mallorca, concejales de este partido —el PP, si no fomenta, sí tolera y defiende la inmersión lingüística en Baleares— se han sumado al acoso de profesores y padres a la cacerolada contra unos padres y sus dos hijos de cinco años, que, debido a un retraso cognitivo y por consejo del logopeda, piden que se les eduque en español. Lo más duro —cuenta su madre, Sonia Palma, a La Gaceta— fue explicarles a los niños por qué toda esa gente les abucheaba.

El virus se ha extendido y amenaza ya la vida del paciente. En ABC, Isabel San Sebastián recuerda que «España es fruto de un proyecto común que empezó a fraguarse con el arranque de la Reconquista, en los albores del siglo VIII…, gracias al empeño de nuestros reyes cristianos por unirse con el fin de llevar a cabo la tarea de recuperar un territorio y unos valores semejantes a los de nuestros vecinos del norte, coincidente con la tendencia natural de los musulmanes a dividirse y enfrentarse en taifas». Pero hoy «España, la España que llevó su lengua universal, su fe y su cultura a todo un continente…, es puesta en cuestión por unos cuantos caudillos autonómicos». La cosa no pinta nada bien. «El proceso no va a detenerse», advierte, en La Razón, el historiador don Luis Suárez. «Volveremos, no hay duda, a los taifas. Y ellos fueron los que arrasaron al Ándalus. Así nosotros. El uso de medidas coercitivas sería contraproducente. Pero, ¿cómo crear los vínculos del amor que nos haga sentir a todos uno?».

Ése es el problema. Cita, en ABC, Juan Manuel de Prada a Unamuno: «¿Qué hace la comunidad del pueblo, sino la religión? Los intereses no son más que la liga aparente de la aglomeración; el espíritu común lo da la religión». Hoy —constata Prada— la secularización ha arrasado con todo lo que nos unía. «Veremos descomponerse mañana la nación, como vemos descomponerse hoy el matrimonio. Y llegaremos a comer las algarrobas de los puercos, como el hijo pródigo de la parábola. Sólo entonces volveremos a la casa del Padre, donde está la razón del ser».