De Járkov a Madrid: un viaje para salvar la vida - Alfa y Omega

De Járkov a Madrid: un viaje para salvar la vida

Tras pasar nueve días bajo las bombas en una de las ciudades más golpeadas por la invasión rusa, Lyudmila Burava ha recorrido casi 5.000 kilómetros con su hija de 13 años hasta Madrid. Por el camino conoció a Antonina, de Odesa, que tuvo que separarse de su familia en Polonia

Fran Otero
Antonina y Lyudmila posan en la puerta del garaje desde el que un grupo de ucranianos en Madrid ayuda a los refugiados. Foto: Fandiño.

Lyudmila Burava ya está a salvo de la guerra en Madrid, adonde llegó con su hija hace ya una semana. Y, sin embargo, esta ucraniana de Járkov todavía se encoge cuando oye el sonido de los aviones que sobrevuelan el hotel en el que está alojada junto a cientos de refugiados, muy cerca del aeropuerto de Barajas. Es la memoria de los nueve días de guerra que pasó en su ciudad, una de las más golpeadas por la invasión rusa, el recuerdo de los cazas, de los bombardeos, de la ausencia de electricidad, de las colas para hacer la compra o de los sótanos. Es la certeza de haber perdido su casa y de saber que su hija ha sido testigo de la destrucción de su colegio y de una guardería. Es su marido, que continúa en la ciudad, y con quien no ha tenido contacto en los últimos días. Y su hijo, de 32 años, que se presentó voluntario para luchar. Es encontrarse un jueves de marzo en un garaje de Madrid, a media luz, llenando una bolsa con ropa y productos de higiene gracias a la iniciativa de un grupo de ucranianos de la capital, con los que ha contactado a través de las redes sociales.

«Al noveno día decidí salir con mi hija de la ciudad. Veía los misiles muy cerca. Cogí una linterna, artículos de primera necesidad y los documentos. Pero no había taxis. Un militar nos llevó gratis a la estación y nos metimos en el primer tren que pudimos hacia Leópolis», narra en ruso mientras traduce Elena Koltsova, ucraniana residente en Madrid que está ayudando a sus compatriotas –su madre, enferma de ELA, está en la región de Vínnitsya, en el centro del país– y sin cuya ayuda este reportaje no habría sido posible.

3,2

millones de personas han abandonado Ucrania desde el 24 de febrero, cuando Rusia invadió el país

12.000

son las plazas que ha previsto el Gobierno de España para la acogida. Habrá más si es necesario

De Leópolis consiguieron cruzar a Polonia, donde empezó una odisea. De tren a autobús y de autobús a tren pasaron por Varsovia, Berlín, París y Barcelona. No siempre con el mejor trato. De hecho, en la capital francesa los dejaron a las tres de la mañana a las puertas de una estación que abría a las cinco y les cobraron por usar el baño. Tampoco en Alemania el trato fue agradable. «Aquí ha sido mejor», traduce Elena con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, que abraza a Lyudmila.

Han sido seis días sin apenas dormir ni comer. Y aunque ni su rostro ni sus ojos azules reflejan tal sufrimiento, reconoce estar destrozada física y emocionalmente. «Ha sido mucho tiempo andando, de pie… Cuando podía sentarme, me desconectaba y dormía un poco, pero enseguida llamaban para continuar. No sé cómo he tenido fuerzas para aguantar», confiesa. Entre los escombros se han quedado su futuro, su propia tienda –era emprendedora–, los estudios de su hija, y su vida «normal»: «No voy a tener un lugar al que volver».

Elena, voluntaria ucraniana residente en Madrid, y Luydmila, que ha llegado desde Járkov. Foto: Fandiño.

Antonina, de Odesa, también ha ido al garaje a por algo de ropa. Ella se tuvo que separar de su hija y de su nieta en Polonia y continuar su huida de la guerra en solitario. No había billetes para todos en Varsovia: «Quería meter a mi familia en aquel tren como fuese para acabar con aquella pesadilla. Me sentía tan aterrorizada que no me di ni cuenta de que me había torcido el tobillo». Su plan era encontrarse con ellas en Alemania, pero su destino estaba en España. Por suerte, encontró en el camino a Lyudmila y ahora son inseparables.

Su relato es igualmente desgarrador. Se marchó un día después del fatídico 24 de febrero, el día de la invasión. «Cuando empezó todo, no me lo podía creer. Mi hermana insistió en abandonar la ciudad, pero me quedé 24 horas más. Tenía que salir con mi hija y mi nieta, que estaban escondidas en un sótano. Desde entonces, mi nieta me pregunta si seguiré viva», explica. Todavía recuerda el trance de cruzar a pie la frontera entre Ucrania y Polonia tras dejar atrás Leópolis y de ver a niños desplomarse por el cansancio.

En lo que llevamos de invasión ya son más de 3,2 los millones de ucranianos que han salido del país, la mayoría acogidos en las vecinas Polonia, Hungría, Eslovaquia, Moldavia o Rumanía. En el resto de Europa ascienden ya a más de 300.000. Para todos se ha activado desde la Unión Europea un mecanismo de protección temporal que les otorga permiso de residencia, trabajo y vivienda, además de asistencia médica y social. En España, que ha previsto 12.000 plazas para recibirlos, el Gobierno ha ampliado esta cobertura a los extranjeros residentes en Ucrania.

Es el caso de Olga Dovgan, que es rusa. Lleva 20 años en el país y sus hijas –de 15, 17 y 20 años– son ucranianas. Las cuatro también están alojadas en el hotel a las afueras de Madrid tras escapar de Kiev nada más comenzar la guerra. Entonces, Olga ni se imaginaba que estaba dejando atrás su vida acomodada, un piso en Kiev y otro en Irpin, y su negocio, una importante agencia de casting de talentos infantiles. «No podíamos creer que estallaría una guerra y solo cogimos unas pocas cosas», añade. Viajaron en coche durante doce horas desde Kiev hasta Svoliava, cerca de la frontera eslovaca. Allí se quedaron con unos amigos y, días después, cruzaron a Eslovaquia, donde los alojó una familia. Luego fueron a Viena y, desde allí, en avión a Madrid gracias a la ayuda de una familia de Ciudad Real, que había acogido varios veranos a su hija mayor.

Es consciente de que ya no va a poder contar con los ingresos que tenía, aunque confía en que la adaptación de sus hijas, que saben algo de español, será fácil. La mayor ya piensa en buscar trabajo. «Los rusos dicen que han venido a salvarme, pero me quitaron la casa, el negocio y mi vida de antes. Hemos tenido que huir y perderlo todo», concluye.

La Iglesia ya acoge

La respuesta de la Iglesia en la acogida no se ha hecho esperar. Son muchas ya las diócesis que están haciendo inventario de los espacios disponibles y de los ofrecimientos para ponerlos a disposición de la Administración. En algunos casos, los refugiados ya están instalados, como es el caso de la diócesis de Tarazona, que ha habilitado para tal fin el seminario. También en Orense, aunque será a lo largo de esta semana, un grupo de mujeres y niños procedentes de Ucrania ocuparán las instalaciones del seminario menor. Por su parte, Cáritas ya cuenta con 1.111 plazas entre centros o albergues y viviendas, una cifra que se ampliará.