David López Royo: «Las fundaciones diocesanas deben ser un modelo de gestión eficiente»
Se acaba de cumplir un año de la creación de la Delegación Episcopal de Fundaciones en Madrid, en consonancia con la filosofía del cardenal Osoro de ir profesionalizando las gestiones de los centros del ámbito diocesano. La delegación da servicios a un total de 64 fundaciones, de las cuales 34 son canónicas, 20 civiles, y otra decena que pertenece al protectorado canónico del Arzobispado de Madrid. Una ingente obra que genera empleo para 1.200 trabajadores y que lleva a 100.000 beneficiarios en el ámbito educativo, social, sanitario y cultural. Además de colegios se gestionan centros ocupacionales para personas con discapacidad intelectual, recursos de rehabilitación psicosocial y laboral para personas con enfermedad mental grave, residencias de mayores, enfermos crónicos o atención a personas sin hogar. A lo que hay que sumar las iniciativas culturales, entre ellas la Fundación San Agustín, editora de Alfa y Omega. Al frente del proyecto está David López Royo, como delegado episcopal de Fundaciones.
¿Por qué se ha creado en Madrid una Delegación Episcopal de Fundaciones?
Todas las fundaciones diocesanas tienen la misión de responder a las necesidades de la sociedad, a las que la Iglesia da respuesta en el ámbito educativo, social, sanitario y cultural, siendo sensibles a los problemas de las personas y teniendo muy clara la dimensión pastoral que debe tener una fundación diocesana. Cuando don Carlos Osoro llegó a Madrid entendió que era bueno que las fundaciones de la diócesis tuvieran un órgano que pudiera ayudar a coordinar el magnífico trabajo que hacían. Por eso decidió crear la Delegación Episcopal de Fundaciones, aunando todas estas entidades. En cuanto al modo de desarrollar nuestra misión, el documento de referencia para nosotros es su carta Ungidos y urgidos por la misericordia, sobre la que estamos trabajando todo el equipo.
¿Cuál es el origen de estas fundaciones? ¿Surgen de herencias, legados…?
El origen es diverso, muchas vienen de finales del siglo XIX o principios del XX, de un momento histórico en el que existe un alto nivel de sensibilidad ante los problemas sociales. Algunas personas dejan legados y patrimonio para la constitución de fundaciones haciendo patrono al obispo. Transcurrido el tiempo se aprueba la ley de fundaciones de 1994 que invita a las fundaciones unipersonales a ampliar los patronatos para ganar en eficacia y transparencia. Y la Iglesia se suma a esta tendencia introduciendo en estos patronatos a miembros de solvencia personal y profesional.
En esa línea de una mayor profesionalización, además de la auditoría que solicita el Arzobispo para toda la diócesis, se encarga otra específica para las fundaciones.
Sí, de hecho estamos trabajando con el informe elaborado por la consultora PwC, aprobado por el Consejo Económico de la archidiócesis de Madrid, que nos está ayudando a sistematizar y organizar el trabajo conjunto entre las fundaciones, para ver cómo podemos interrelacionarnos mejor y optimizar nuestros recursos de manera conjunta.
En este contexto cobra todo su sentido la cita de la Evangelii gaudium: «La solidaridad es una reacción espontánea de quién reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada». ¿Por qué digo esto? Porque las fundaciones pueden ser un ejemplo de gestión en el marco de una economía social de mercado. Debemos ser un modelo de gestión eficiente que tenga a la persona en el centro de las organizaciones sociales, en el contexto de una economía al servicio del bien común. El cardenal nos ha indicado en su carta que «nada ni nadie es extraño para la Iglesia en su misión, como no lo fue para Jesucristo».
Existe hoy una clara exigencia social de transparencia en la gestión. ¿Cómo repercute este proceso en la Delegación Episcopal de Fundaciones?
Transparencia es lo que la sociedad nos está exigiendo, pero además don Carlos Osoro la está impulsando por convicción, siguiendo los pasos del Papa Francisco, de ahí que haya organizado cursos de transparencia y buena gestión para todos los párrocos. Como delegado secundo esa línea y como gestor institucional creo que una gestión más coordinada permite una asignación y distribución de los recursos más eficiente y transparente. Pero para eso también tenemos que modernizarnos. No podemos gestionar como se hacía hace diez años, ni siquiera como hace dos. Los tiempos nos marcan un ritmo vertiginoso.
¿En qué estado de desarrollo se encuentra el trabajo conjunto de las fundaciones diocesanas?
Este es un proceso de largo recorrido. Ahora estamos construyendo la página web de la delegación, porque entendemos que hay que comunicar, también para que la opinión pública conozca que el Arzobispado está detrás de estas fundaciones que están dando hoy respuestas a las necesidades de la sociedad. ¿Quién conoce eso? Muy poca gente. Hemos empezado colaborando estrechamente con doce fundaciones y nuestra grata sorpresa fue que todas descubrieron que no estaban solas e intuyeron el gran potencial de trabajar conjuntamente. De lo que se trata ahora es de avanzar de una manera coordinada que nos ayude a tener una mayor incidencia y visibilidad en la sociedad, para que se conozca todo esto que hace la diócesis.
¿Haciendo marca Arzobispado?
Sí. Orgullo de pertenencia, que nos hace falta reivindicarlo. Y para ello estamos elaborando una página web que presentaremos en octubre y que será la herramienta maestra con la que todas las fundaciones nos daremos a conocer de manera conjunta a la sociedad. Está siendo un trabajo muy participativo desde las fundaciones que ya están incorporadas, y a las que se irán sumando progresivamente el resto.
¿Hay fecha para la culminación de este proceso?
«Caminante no hay camino se hace camino al andar». Sería aventurado dar una fecha. Estos procesos exigen confianza mutua, empatía y flexibilidad y el tiempo es un gran aliado en ello.
¿En qué les va a mejorar esta coordinación la vida a los que están ya trabajando desde las distintas fundaciones diocesanas?
La suma lo mejora todo. Nos apoyaremos mutuamente para racionalizar recursos y optimizar resultados. Y lo más alentador personalmente de todo esto es que lo hacemos en equipo, sumando fuerzas y capacidades.
¿Qué respuesta está recibiendo al dar a conocer a las fundaciones este proyecto?
En la primera reunión, la actitud era expectante. En la segunda fue ya más comprometida: había fundaciones que lo tenían muy claro y veían ya una gran oportunidad para cumplir mejor sus fines. En un porcentaje muy alto, me encontré con una actitud muy constructiva, aunque es evidente que a todos nos cuesta en cierto modo ajustar nuestra forma de trabajo. Cada institución ha tenido un valioso desarrollo y lo que proponemos desde la delegación es adaptarnos a las nuevas realidades, siendo capaces de hacer un proyecto conjunto en el que todos nos sintamos identificados. De verdad percibo que hay una disponibilidad muy positiva en todas las fundaciones con las que estamos haciendo este camino.
¿Cómo se financian las fundaciones diocesanas? ¿Hay grandes diferencias entre ellas?
La gran mayoría tiene conciertos con la Administración Pública. Puede que, en algunas, el 90 % de los ingresos provenga de contratos con la Administración, como los colegios y algunas residencias, y en otros casos el porcentaje no llegue al 50 %. Esa financiación se complementa con recursos propios, con el patrimonio que tienen las fundaciones.
¿Hay la posibilidad o disponibilidad para colaborar con otras fundaciones de Iglesia, como las pertenecientes a las congregaciones religiosas?
Sí. De hecho, estamos apoyando a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, (Provincia de Santa Luisa de Marillac y Provincia de San Vicente de Paul) que solicitaron nuestro asesoramiento para trazar en conjunto la viabilidad futura de las fundaciones pertenecientes a esta institución. En un cambio de época en la que se nos está exigiendo la economía del bien común, nuestra delegación también se está nutriendo de otras experiencias vividas en otras diócesis como la de Málaga a través de la Fundación Virgen de la Victoria, referente en temas educativos. Este es un camino muy interesante para la Iglesia, en donde tenemos distintas experiencias, y sería bueno que pudiésemos reflexionar juntos, porque podemos ayudarnos y enriquecernos mutuamente. Esto puede ser muy positivo ya que todos estamos en el mismo proyecto.
El trabajo de las fundaciones es, en cierto modo, misión compartida entre consagrados y seglares, en el sentido de que el laico que trabaja en cada proyecto está siendo la cara pública del Arzobispado. ¿Hay previsto algún tipo de formación para implicar más a ese personal en el ideario?
Ese es el objetivo que nos gustaría lograr, que realmente todos fuéramos partícipes de una misma misión, aunque entiendo que es un proceso gradual. Yo respondería a esto con el número 188 de la Evangelii gaudium, que dice: «La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota en la misma obra liberadora de la Gracia en cada uno de nosotros. Por lo cual, no se trata de una misión reservada solo para algunos, la Iglesia guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor y la justicia y quiere responder con él a Él con todas sus fuerzas».