D’Artacán y los tres mosqueperros. ¡Uno para todos y todos para uno! - Alfa y Omega

D’Artacán y los tres mosqueperros. ¡Uno para todos y todos para uno!

Iñako Rozas
D’Artacan a lomos de su corcel Rofty. Foto: ABC.

42 años no son nada para que la expresión que da fácil título a este artículo siga evocando en nuestra memoria las aventuras de un joven Beagle —espadachín y provinciano con más ganas que experiencia—, que con una espada heredada, una carta de recomendación y algunos ideales y principios bien arraigados, abandonó su Gascuña natal para labrarse un futuro en París. ¿O es que no recuerdan a D’Artacán?

Tampoco hemos olvidado aquellos versos: «Eran uno, dos y tres los famosos mosqueperros, el pequeño D’Artacán siempre va con ellos. Amis, Dogos, Portos son los tres mosqueperros. Sus hazañas, más de mil, nunca tienen fin», que, ahora, gracias a Filmin y a Amazon Prime, podemos volver a cantar mientras esperamos el comienzo de los capítulos de D’Artacán y los tres mosqueperros.

Capítulos en los que muchos nos vimos reflejados en aquel Beagle joven, honrado y valiente —algo temerario, todo sea dicho— que, soñando con convertirse en mosqueperro de la guardia real, tras muchos descalabros, termina ganándose la firme amistad de los tres mejores y más nobles mosqueperros, así como el amor de Julieta, la más inteligente y bonita dama de la reina. Ah, y también la enemistad del intrigante y ambicioso cardenal Richelieu que, junto a sus esbirros, el conde Rochefort y el capitán Widimer, dan nivel a los malos malísimos.

Lo que puede que sí hayamos olvidado es la advertencia que nos lanzaban al inicio, mientras esa melodía que ahora tienen en la cabeza se intercalaba con imágenes de nuestros héroes: «Esta serie […] pretende a través de sus divertidos protagonistas resaltar dos virtudes que nunca se deben olvidar: el honor y la amistad». Y es por eso que en estos tiempos debemos volver con urgencia a D’Artacán y a los tres mosqueperros y recordar que, aunque aún existan malvados que solo piensan en sus propios intereses, siempre es momento de enarbolar el pabellón del «¡uno para todos y todos para uno!».