El verso y la risa van de la mano de este fabuloso Cyrano de Bergerac. Oriol Broggi continúa sumando adeptos al éxito de Edmond Rostand, al igual que hizo José María Flotats hace ya muchos años. Sin Xavier Bru de Sala y su traducción al castellano, y la maestría de Pere Arquillué sobre el escenario en la piel de este hombre admirable por encima de todas las cosas, Cyrano de Bergerac, que desde el 30 de noviembre hasta el 6 de enero estará en el Teatro Valle-Inclán, no sería lo que es: un clásico.
El espectáculo seduce de principio a fin. Los actores asaltan el escenario con una alegría contagiosa, entre saludos y guiños a los asistentes. Carcajadas y versos pueblan los primeros minutos de lo que va a ser una drama romántico sin arrastrar el regusto francés de la época. Todo lo contrario. El espíritu de la vanguardia cultural que representa Cyrano se extrapola a escena. Dos enormes cortinajes púrpuras que adelantan el dolor de los que se aman, el serrín como alfombra que pisan los diez personajes que habitan el escenario junto con los cuadros nocturnos; serán los ingredientes perfectos para evidenciar la sobriedad y coetaneidad de la obra. Porque… «¿Quién no sueña con contemplar el cielo y saltar hasta la luna?», como asegura Cyrano. Y eso es precisamente lo que nace de la interpretación luminosa de Pere Arquillué y la dirección brillante de Broggi.
Y si no lo he comentado antes no ha sido por falta de entusiasmo -no crean-. Hablar de la nariz de Cyrano es requisito imprescindible para entender al personaje. Un frontispicio singular que todo lo envuelve. Sin ella, Cyrano sería probablemente el ser más perfecto sobre la faz de la tierra: generoso, heroico, luchador, amante, ingenioso, exquisito… Pero es su doble que más le doblega. Es lo que hace que olvidemos a Arquillué y veamos a Cyrano, o al revés -¡qué más da!-. Lo que se ve es a un hombre que desprende humanidad por los cuatro costados (algo tan macerado en los nuevos tiempos), invicto en su deseo de perpetuar la especie a costa de los versos y con un perpetuo guiño que abandera en defensa de la libertad y la justicia, que en estos tiempos andan a la gresca. Porque no se equivoquen, la política, la crisis y compañía también están presentes en la obra -como no podía ser de otro modo-. «¿Ante la corrupción, tener cerrado el pico?».
Con Cortázar nos despedimos, como no podía ser menos, hablando del amor: «Pero el amor… esa palabra». Porque en Cyrano claro que se habla de amor. Marta Betriu encarna a una Roxana soñadora que se enamora por encima de todo de los versos. Quien sin saberlo hace sufrir y amar a partes iguales a su primo Cyrano y quien se pasea por el escenario con una dulzura que transforma. Por otra parte, Cristian, interpretado por Bernant Quintana, es mártir de su propia ignorancia y leal, pese a todo, al corazón de los que se aman.
Las palabras, la luna, las lágrimas y las sonrisas están aseguradas. Déjense conmover por un espíritu libre. La Perla 29 se ha empeñado en ello. Háganle caso, saldrán tocados por la magia de la autenticidad.
★★★★☆
Calle Valencia, 1
Lavapiés, Embajadores
OBRA FINALIZADA