Ha pasado por Madrid el cardenal Robert Sarah para presentar la nueva edición del Congreso Católicos y Vida Pública, dedicado a los desafíos de la educación, y para presentar su reciente libro Se hace tarde y anoche (Palabra), una inmersión apasionada en la crisis espiritual de Occidente y en la propia crisis interna de la Iglesia, que se encargó de introducir, con una vibrante y profunda intervención, el Secretario de la CEE, monseñor Luis Argüello.
De la austera intervención del cardenal Sarah durante la presentación de su libro, me quedo con dos claves rotundas sobre el presente-futuro de la Iglesia: el primado de la oración y la cuestión grave de la unidad de la Iglesia. La vocación de Sarah cuajó en un contexto muy convulso de la vida de su país, Guinea-Conakry, fue obispo a los 34 años y hubo de afrontar situaciones nada fáciles en terreno político-social. Después estuvo cuatro años al frente del Consejo «Cor Unum» en el Vaticano. La suya no ha sido, pues, la trayectoria de un monje, pero no dudó en responder tajante que la esperanza de la Iglesia, hoy y siempre, radica en la oración. Aclaró también que la oración no consiste en el despliegue de nuestros pensamientos hacia Dios, sino en la escucha de lo que Dios nos dice a través de su Palabra viva, que es Jesucristo, presente y actuante en su Iglesia. Su invitación a practicar la Lectio Divina y a vivir con autenticidad la Eucaristía fue mucho más que una obviedad, fue una auténtica corrección expresada con una sencillez conmovedora.
El otro punto clave de su intervención fue la unidad de la Iglesia, el factor que permite atravesar todas las tormentas, el punto que merece todo nuestro cuidado, nuestra petición y nuestro sacrificio. Subrayó Sarah que todo aquel que se aparta de la comunidad apostólica presidida por Pedro divide a la Iglesia, y además se extravía. La historia entera está para documentarlo. No hubo matices ni distinciones a la hora de señalar este punto frente a cualquier recelo, malestar o análisis problemático. Queda para los titulares su afirmación de que es «estúpido» insistir en su supuesta oposición al Papa Francisco, aunque también reconoció que, haga lo que haga y diga lo que diga, habrá quien se empeñe en la estupidez.
Servir y custodiar la unidad no significa disolverse ni renunciar al propio temperamento ni a la propia mirada sobre las cosas. El cardenal Sarah explicó que sus libros son un intento de servir a esa unidad, y que siempre trata de decir al Papa con fidelidad, devoción y lealtad lo que él piensa. La Iglesia no ha sido jamás uniforme; desde la primera generación apostólica ha vivido una tensión entre polos, como describe de forma magistral Urs von Balthasar en El Complejo Anti-Romano. También hoy, conforme a esa imagen poliédrica que tanto gusta a Francisco, existen perspectivas y tonos complementarios y a veces hasta contrastantes. Es Pedro, constituido como centro, quien ensambla y armoniza el edificio, a veces no sin sufrimiento en una u otra dirección. Es muy importante la indicación de Sarah de que el sufrimiento está íntimamente ligado al amor, también cuando se trata de la Iglesia.
Nadie está obligado a identificarse con los acentos del análisis del cardenal Sarah en su libro, de igual modo que se puede discrepar de los de otros cardenales. Lo que resulta «estúpido», tal vez malvado y en todo caso pernicioso, es etiquetar a unos u otros como «enemigos del Papa» o como sus «alfiles» por razones de simpatía-antipatía, o en función de cordadas y esquemas ideológicos mil veces denunciados por Francisco como la peste. Ninguno sobra en este momento crucial, sobre todo si comparece a corazón abierto con la profundidad de su experiencia de fe y su amor incondicional a la Iglesia. Por lo demás, la discusión puede ser muy animada, como tantas veces hemos visto desde la época de los Hechos hasta nuestros días.