Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios
Viernes de la 34ª semana del tiempo ordinario / Lucas 21, 29-33
Evangelio: Lucas 21, 29-33
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola:
«Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Comentario
El fin de los tiempos, así como el fin de la vida, parece que atente contra la vida del mundo y contra nuestra vida. No es extraño, pues más allá del fin nosotros no vemos nada. El fin siempre parece que acabe con lo que había antes. Pero Jesús quiere que veamos en el fin del mundo y en el fin de nuestra vida «brotes». Donde parece que termina todo quiere que veamos el inicio de todo. ¿Cómo ver algo originarse cuando se está extinguiendo?
«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Su palabra nos desvela que nuestra vida y la del mundo no se agotan en sí mismas. En primer lugar, porque su palabra nos revela que nuestra vida tiene su origen más allá de sí misma: antes del cielo y la tierra, nuestra vida comienza en Dios, que nos pensó y amó antes de nuestra existencia.
Como consecuencia, en segundo lugar el fin del hombre no coincide con su término en esta vida: el hombre experimenta siempre que la muerte deja inacabada su vida porque le sobreviene, irrumpe y corta los lazos de la vida. Por eso, su palabra nos revela que nuestra vida tiene su fin en Dios y no en su propio final; nuestra vida alcanza su puerto en Dios, más allá del cielo y la tierra y más allá de sí misma. Por el mismo motivo solo nos sacia Dios, porque nuestra vida solo se cumple en Dios. El fin de la vida es aquello que la cumple. Y nuestra vida está hecha por Dios y para cumplirse en Dios. Él es nuestro principio y nuestro final, nuestro alfa y omega.
Así, Jesús ve en la cruz que acaba con su vida terrenal el brote del final de los tiempos: «En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda». La muerte de Cristo implica su vuelta al Padre y permite vivir todos nuestros finales como brotes de la vida eterna.