Hace poco una trabajadora de Cáritas Ucrania me contó lo que le habían relatado los habitantes de una pequeña localidad de la región de Járkov. No mencionaré su nombre para preservar la seguridad de los implicados.
Desde marzo hasta finales de septiembre el centro de esta localidad estuvo bajo el control de una unidad militar de la región de Buriatia. Casi desde el principio, los ucranianos locales y los militares rusos encontraron una forma de coexistir: los ucranianos les proporcionaban algo de comida a los soldados, mientras que estos daban a los vecinos combustible para cubrir sus necesidades.
Esta forma de coexistencia duró hasta el final mismo de la ocupación, cuando las Fuerzas Armadas ucranianas desocuparon la mayor parte de la región a principios de otoño. ¿Saben qué? Antes de abandonar sus puestos, los militares rusos dejaron el combustible que todavía tenían en su poder para el Ejército ucraniano. Ahora probablemente comprendan por qué no he mencionado el lugar exacto, para no perjudicarlos.
Por supuesto, se trata de una historia excepcional. Pero aun así muestra lo que los valores humanos y la comprensión mutua pueden lograr: unir a las personas por encima de la guerra, por encima de la agresión.
A todo el mundo le encanta oír esta historia. Pero su significado no acaba ahí. Para mí, el sentido más importante es que si incluso personas en guerra son capaces de entenderse, ¿qué decir de Dios? ¿Qué decir del poder de su amor y su paz? ¡Es infinito!
Este junio, en una iglesia de Kiev, hay una exposición en la que las principales obras son iconos escritos [así lo dicen los orientales, N. d. T.] en las placas metálicas de los chalecos antibalas de soldados ucranianos. Muchas les salvaron la vida. En las fotos se ve que están visiblemente dañados. Esto expresa que en la guerra, la gracia y la paz de Dios quedan gravemente heridas, pero no muertas. ¡Su poder pacificador sigue vivo, pero espera que estemos dispuestos a acogerlo y usarlo!