Si lo que buscan es escapar de la rutina de las noches y el frío de este otoño. Si andan más cabizbajos de la cuenta por el aluvión de noticias que nos persiguen a cada instante cada vez que encendemos la radio o leemos el periódico. Si están hartos de buscar un espectáculo que de verdad les sorprenda y con el que puedan pasar un rato como en familia, riendo sin parar, y quieren regresar a casa con dolor en la mandíbula de las muecas desaforadas… No lo piensen más. Ya están tardando en acercarse hasta el Teatro Quevedo, en pleno corazón de Madrid, para ver y vivir un espectáculo completo. Les advierto: destinado especialmente para escépticos.
Por si no saben cómo funciona, les pongo en antecedentes. Cuando llegan al teatro y mientras esperan a que las puertas se abran, les entregan una tarjeta (ya saben, esto del miedo a la página en blanco se presupone olvidado en casa), donde tienen que escribir algo, lo que sea; por ridículo, mágico, poético que les suene. Hay quien, como repite, busca ser ingenioso en su escrito, original e incluso un poco sinvergüenza; pero no crean, también hay otros más amables, hasta solidarios. El caso es que el espectáculo comienza a las puertas. Sin saberlo, las historias ya se están gestando de las manos de todos los espectadores para que después vayan saliendo y sean transformadas por los cuatro actores.
La mecánica es aparentemente sencilla. Cuatro actores, una responsable de iluminación y un músico forman el equipo. Y los papeles, esos inocentes pedazos de tinta que harán las delicias de los asistentes porque atónitos asisten a un espectáculo de improvisación que funciona con la magia del aquí y ahora de los chamanes de la tribu; o mejor, muy al estilo de los juegos infantiles de inventar historias. Me parece fascinante eso de reivindicar el juego desde el teatro, y por ende, hacerlo bien.
Créanme, los setenta y cinco minutos que dura el espectáculo se les pasarán volando. Querrán repetir para comprobar si hay truco. Llegarán a casa comentando las anécdotas. Se las contarán a los amigos por ingeniosas. Se apropiarán de alguna para usarla con los suyos.
Cierto es que hay técnica, y mucha. Lo que se ve sobre el escenario no es otra cosa que un duro trabajo que hace las delicias de los espectadores más exigentes. A mí me ocurrió algo parecido. Siempre escéptica al humor por repetido, trasnochado y malogrado a veces, he de confesar que este espectáculo cuenta con los ingredientes necesarios para reconciliarse con la comedia como género y con la técnica teatral por necesaria. Si tenían dudas de que un espectáculo de improvisación pudiera hacer las delicias de los suyos, no duden de que éste es el que andan buscando.
Humor inteligente, buen gusto y 100 % amor al teatro. ¿Qué más se puede pedir?
★★★★☆
Teatro Quevedo
Calle Bravo Murillo, 18
Quevedo
OBRA FINALIZADA