Cristianos en Tierra Santa: unidos en la diversidad - Alfa y Omega

Cristianos en Tierra Santa: unidos en la diversidad

La pandemia de la COVID-19, el sufrimiento de las comunidades locales y la salvaguarda de los lugares santos han unido de manera especial a las distintas iglesias

P. J. Armengou
Teófilo III, Gharibian y Pattoon al comienzo de la restauración del pavimento del templo. Foto: Custodia Terrae Sanctae / Gianfranco Pinto.

En un lugar tan dividido y disputado como Tierra Santa, las comunidades cristianas locales no son ajenas a la discordia. Por mucho que la fe de ortodoxos, católicos o armenios sea parecida, su relación ha estado salpimentada de riñas y enfrentamientos a lo largo de los siglos. Especialmente en los lugares santos, donde los sentimientos están más a flor de piel. Hace unos años, en 2008, monjes ortodoxos y armenios se pelearon a puñetazos en el interior del Santo Sepulcro de Jerusalén. Y, en 2004, una procesión ortodoxa intentó entrar a empujones en una zona del templo reservada a los católicos. Pero eso, últimamente, parece ser cosa del pasado.

En los últimos años, la pandemia de la COVID-19, el sufrimiento de las comunidades locales y la salvaguarda de los lugares santos, han unido de manera especial a las distintas iglesias. Durante el confinamiento, las comunidades religiosas de la zona se vieron obligadas a cooperar y pasaron juntas muchas penurias. Las injusticias de Israel contra los cristianos árabes también han motivado frentes comunes entre las jerarquías. Y el deseo por preservar espacios como el Santo Sepulcro o la basílica de la Natividad, en Belén, les ha animado a cooperar.

En 2016 y 2017, tras un acuerdo entre católicos, ortodoxos y armenios —las tres principales iglesias del Santo Sepulcro—, se llevó a cabo la restauración del edículo que custodia la tumba de Cristo, que no se había tocado desde su reconstrucción en 1810. Y este 2022 se han iniciado las obras para asegurar sus cimientos y restaurar todo el pavimento de la basílica, amenazado por filtraciones de agua. «La necesidad nos ha empujado a entendernos», opina fray Stéphane Milovitch, responsable franciscano del templo, «pero lo más importante para el ecumenismo es la constancia al tratarse, no solo en los actos oficiales. También sonriéndonos cuando nos vemos».

El fraile reconoce que «la alteridad a veces no resulta cómoda», pero insiste en que las discusiones en la basílica no son muy diferentes a las que se darían en un piso compartido: «Mucha gente piensa que el Santo Sepulcro es una basílica en la cual reina la división, pero en realidad es una iglesia muy ecuménica. Cuando hay peleas no es un conflicto religioso, sino humano. Por eso nos va bien concretar los espacios». El franciscano se refiere al llamado Statu Quo, la regla otomana que desde 1757 marca la titularidad de cada piedra, altar y capilla del Santo Sepulcro, y delimita los horarios y derechos de paso en la iglesia. Con todo, fray Stéphane valora que los miembros de las iglesias «tienen más en común de lo que parece» y que dialogan y colaboran a diario.

En este sentido, entre el pueblo, la convivencia es común y natural. El 42 % de los árabes cristianos de Israel son católicos bizantinos (greco-melquitas) y el 30 %, ortodoxos griegos. También hay católicos latinos, maronitas, armenios y otros cristianos, en porcentajes más modestos. Es común ver a los miembros de las distintas iglesias yendo a las celebraciones de otras denominaciones, y los matrimonios mixtos son muy habituales. «En mi comunidad este año hemos tenido 52 bodas, de las cuales 18 eran de parejas mixtas», explica Athanasios Haddad, sacerdote melquita de Shefa’Amr, en Galilea.

Entre las razones para esta mezcla, el padre Haddad destaca la falta de conocimiento de los laicos sobre sus diferencias, pero especialmente el hecho de que «al ser una minoría, intentan unirse contra un mundo hostil y no cristiano».

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