Cristianos ante las instituciones de la Unión Europea. Astutos como serpientes... - Alfa y Omega

Cristianos ante las instituciones de la Unión Europea. Astutos como serpientes...

El paisaje religioso en Occidente ha cambiado. En el moderno supermercado de religiones, nuevas creencias y ateísmos, hay sitio para todos. Sin embargo, las Iglesias cristianas son hoy una voz incómoda, el último baluarte de la conciencia frente a la tiranía de los nuevos derechos. Ser cristiano en Europa hoy no es fácil

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Dentro del fenómeno religioso en Occidente, se puede encontrar acontecimientos y fenómenos tan dispares como la sentencia del crucifijo en el Tribunal de Estrasburgo, la polémica sobre el velo en Francia, la mezquita de la Zona Cero en Nueva York, los disturbios en los banlieue de París, el referéndum sobre los minaretes en Suiza, los autobuses del Dios no existe, las agencias católicas de adopción cerradas en el Reino Unido por la ley de Igualdad…; incluso los atentados del 11S en Nueva York y del 7J en Londres tienen una motivación religiosa (más bien, pseudorreligiosa). El melting pot en que se está convirtiendo Europa tiene, cada vez más, ciertos elementos de carácter religioso que es imposible pasar por alto.

Europa, sumida en una profunda crisis demográfica, educativa y de valores, mira a su tradición de tolerancia y libertad para hacer sitio al empuje del Islam, mientras las Iglesias cristianas alzan la voz por ver conculcado su derecho a expresar su visión de la vida y de la moral, en aras de una libertad religiosa que no se extiende a todos por igual. En medio de todo, el ateísmo de siempre, cada vez más práctico y menos teórico, y el materialismo de toda la vida: vivir como si Dios no existiera. El Occidente desorientado del siglo XXI no puede olvidarse de la religión, pero aún no sabe si Dios existe o no existe, si su nombre es Alá o Jesucristo, o si sólo se le puede encontrar en lo más discreto de la conciencia.

En esta línea, las instituciones europeas buscan acomodar las conquistas culturales de nuestra tradición con una sociedad postmoderna que ha hecho del bienestar un derecho irrenunciable. Para los cristianos, es difícil asomar la cabeza en una Europa en la que los derechos se construyen por consenso, y en la que pugnan con fuerza las minorías sexuales y los intereses laicistas, y donde la voz de la Iglesia sobre el aborto, la moral y la familia es cada vez más molesta.

Buenas intenciones

De momento, Europa parece que se está construyendo sobre buenas intenciones. Un congreso organizado recientemente en Ohrid (Macedonia) por el Consejo de Europa abordaba el tema de los Medios de comunicación, creencias y religiones. Una de sus impulsoras es Gabriella Battaini, directora general de Educación y Cultura, del Consejo de Europa. En declaraciones a Alfa y Omega, ha explicado que «el incremento de la diversidad en nuestra sociedad hace necesario garantizar que todos los ciudadanos pueden vivir en igual dignidad, sobre todo aquellos que están en situación de una mayor vulnerabilidad». Asimismo, señala que nuestras sociedades están en proceso de acomodación debido a la diversidad religiosa: «La sociedad es como un cuerpo vivo con sus propios procesos, y ahora estamos en uno de esos procesos, con los asuntos del velo y del crucifijo, por ejemplo. Las sociedades no son estáticas; si se detienen, mueren. Hay ciertos valores que no pueden ser negociados, porque hemos luchado mucho por ellos, y están incluidos en la Convención Europea de Derechos Humanos. Estas situaciones son nuevas para nosotros y debemos conciliar el respeto de los derechos humanos con la diversidad cultural y religiosa, y estudiar cómo los signos religiosos pueden integrarse sin riesgo para nuestras democracias».

Las palabras de Battaini apuntan alto, pero el verdadero riesgo está en cómo conciliar las buenas intenciones con la libertad de expresión y la religiosa. En principio, nadie puede ser discriminado por razón de su religión; pero si un médico, por ejemplo, alude motivos religiosos para presentar una objeción de conciencia al aborto, o si alguien declara que las parejas homosexuales no deberían adoptar niños, entonces comienzan los problemas: es la nueva tiranía de la no discriminación.

La nueva tiranía

Hay quien habla de que en las instituciones europeas existe una agenda A —la de los derechos para todos incluidos en la Convención europea— y una agenda B, que trataría de imponer la ideología políticamente correcta. Un dato: una conferencia organizada el pasado mes de junio por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) abordaba el asunto de la tolerancia y la no discriminación. Antonio Alonso, profesor de Política Exterior de España en la Universidad CEU San Pablo, presente en dicho foro, afirma que se quedó «impresionado, porque un tercio de los participantes de esta conferencia, en un foro de seguridad europeo, pertenecían a asociaciones de gays y lesbianas. Y no estaban allí por propia iniciativa; estaban allí porque alguien les había invitado y pagado el viaje y la estancia. La presidencia kazaja de la OSCE puso un poco de cordura y recordó que esta organización internacional nació para evitar conflictos armados por motivos de odio interétnico o interreligioso, no para atender reivindicaciones caprichosas de este colectivo».

La presión de los lobbies

En efecto, la presión de las minorías sexuales en las instituciones de la Unión Europea es muy fuerte. En el foro de Ohrid, el padre ortodoxo Philaret Bolebok, representante del Patriarcado de Moscú ante el Consejo de Europa, denunció así la falta de respeto a las Iglesias cristianas en términos de moral: «Se está repitiendo algo que hacía el antiguo régimen comunista, que permitía a la gente hablar de cuestiones morales sólo en el interior de las iglesias y bajo la presencia vigilante de las autoridades. Esta práctica no es respetuosa con los principios de libertad de conciencia y de libertad de expresión. Es necesario respetar el derecho de los creyentes y de las instituciones religiosas a expresar su opinión en cada problema socialmente relevante. Esto atañe también a las cuestiones morales, incluso cuando la visión religiosa no coincide con las actitudes y el estilo de vida de personas no religiosas. Somos miembros de la sociedad civil, con los mismos derechos y posibilidades de expresar nuestras opiniones en los medios de comunicación».

No se puede decir más claro; más alto, no es seguro que Europa esté dispuesta a soportarlo.

… y sencillos como palomas

Los crucifijos llevan años desapareciendo de los colegios públicos españoles y nadie ha puesto el grito en el cielo, hasta que el caso Lautsi ha llegado al Tribunal de Estrasburgo. Junto a la presión de las nuevas ideologías, también hay que considerar la dejación de responsabilidades de los propios cristianos. Doña Leticia Soberón, del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales, habla así del desafío de los cristianos en Occidente: «En el Congreso Familias de México, el padre Raniero Cantalamessa señaló que no son las leyes las que cambian a la sociedad, sino que es la sociedad la que cambia las leyes. La Iglesia debe hacer un esfuerzo para lograr leyes justas, pero vale de poco o de nada cambiar las leyes si es la sociedad misma la que tiende hacia ellas. Obviamente, en la sociedad, los católicos claro que tenemos que intervenir: se trata de dos tareas complementarias: trabajar por evitar las leyes inicuas y, al mismo tiempo, fermentar nuestros ambientes».

Doña Leticia señala que «hay que ofrecer a las personas la experiencia de sentirse acogidos, comprendidos, perdonados: ésta es la tarea de la Iglesia, de sus comunidades, parroquias y movimientos. Ello dará como fruto que sea impensable la promulgación de leyes inicuas. El Papa ha pedido a las pequeñas comunidades ofrecer un encuentro vital con Cristo. Para ser misioneros hay que ser antes discípulos. No se trata de ser protagonistas al estilo de los reality shows, ni siquiera debemos aspirar a tener un liderazgo espectacular. Nosotros tenemos el privilegio de haber recibido la fe, que nos hace responsables y misioneros del amor, del servicio, del perdón y hasta del amor a los enemigos, del cual nadie habla. ¿Cómo podemos ser protagonistas? ¡Amando a los enemigos y rezando por ellos! ¡Nada más!».