Hace ya ocho años, los líderes mundiales acordaban los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2023. Este sábado, Día de la Acción Humanitaria, sabemos con certeza que no vamos a cumplir —al menos— el objetivo de erradicar la pobreza extrema. Por otra parte, y no accidentalmente, agencias como las Naciones Unidas o la Unión Europea estimaban a principios de año que, en 2023, habría al menos 339 millones de personas que necesitarían ayuda humanitaria para subsistir.
Los desafíos del mundo actual se reflejan en otras cifras de enorme calado. Ya son 110 millones de personas desplazadas debido a guerras y desastres naturales. Las sequías han causado que 2023 nos haya traído una de las mayores crisis alimentarias de la historia: 45 millones de personas en 37 países viven en un riesgo plausible de morir de hambre. Por otra parte, los efectos de la COVID-19 aún persisten, con sistemas de salud que aún no tienen capacidad de responder a otros brotes como el ébola o el cólera y con alumnos de países de rentas medias-bajas que vieron interrumpida su escolarización y no han podido regresar a la escuela tras la pandemia.
En este contexto, la acción humanitaria se vuelve una herramienta fundamental para mitigar estas crisis. Trabajar con las personas afectadas por desastres (naturales o causados por el hombre) para aliviar su sufrimiento, garantizar su subsistencia, proteger sus derechos fundamentales y defender su dignidad es, de alguna manera, la respuesta obligada que debemos ofrecer. Sin embargo, la complicación de la realidad nos lleva a reflexionar en el papel que desempeña en la actualidad, en si somos capaces de mantener los principios que rigen su actividad. Solo así, nos damos cuenta de que hablar de humanidad, imparcialidad, independencia y neutralidad no es nada sencillo hoy en día.
Cada vez hay más actores internacionales que no se rigen por las normas del derecho internacional humanitario que nos ampara, lo que supone un riesgo para las operaciones, las poblaciones a las que acompañamos y los propios trabajadores y trabajadoras humanitarios. Asimismo, la necesidad de dar respuesta a desafíos como el cambio climático nos obliga a reflexionar y reaccionar frente a una realidad a la que aún no tenemos claro cómo responder. Por otra parte, en un mundo global e interconectado y, muchas veces polarizado, es difícil identificar la realidad de lo que ocurre a nuestro alrededor y su impacto en la sociedad. Es, hoy más que nunca, complejo diferenciar la verdad de la mentira, la información veraz de la manipulada.
No es una tarea sencilla aunar las voces y perspectivas sobre cuál es el rumbo que debe tomar la acción humanitaria en los próximos años. Los recursos de los que disponemos son limitados, y en ocasiones las intervenciones se rigen más por la intensidad de atención mediática y política que reciben que por criterios humanitarios y de necesidades. Esta atención, sobra decir, tiene una estrecha relación con la respuesta que se puede ofrecer, llegando al extremo de acuñar términos como «crisis olvidadas» y «crisis invisibles» que empleamos para referirnos a aquellas crisis que sociedades como la nuestra ya no ven, crisis que no existen más que para quienes las viven o trabajan en los contextos donde ocurren.
Mientras que los efectos de la guerra en Ucrania se han visibilizado con claridad en Europa, el reciente estallido de la guerra en Sudán ha pasado casi desapercibido, a pesar de que en poco más de tres meses ha generado el desplazamiento forzado de más de tres millones de personas. Otro ejemplo es Siria, que sólo volvió a nuestras mentes tras los terremotos que azotaron el país en febrero. La lista es cada vez más extensa y, con el dinamismo de nuestras sociedades, caemos también en el dinamismo del olvido. Tanto es así que hemos acuñado términos como crisis «olvidadas» o «invisibilizadas» que utilizamos para referirnos a numerosas situaciones como la causada por la violencia en Honduras o en Haití, el impacto del cambio climático en lugares como Mozambique o el flujo imparable de personas rohinyá hacia lugares como India.
Como actores humanitarios nos encontramos de alguna manera en el centro de estas tensiones, y nuestra interacción con esta realidad nos exige reflexionar sobre nuestro nuevo modelo de actuación si queremos verdaderamente «salvaguardar la vida de las personas en momentos de crisis». Lo que parece claro es que, en estos contextos de crisis múltiples, es relevante que la ayuda se destine a aquellas poblaciones con necesidades más agudas.
Es fundamental que este criterio de humanidad de la acción humanitaria no se nuble por la falta de independencia, neutralidad o imparcialidad que se extiende, en su sentido amplio, más allá de los actores humanitarios. Los nuevos desafíos que afrontamos ponen de manifiesto que la respuesta frente a estas crisis no es posible ni exitosa si no conseguimos trabajar para generar capacidades y resiliencia en las poblaciones locales, respetar y regenerar el medio ambiente, generar independencia y autosuficiencia, eliminar la violencia de género, e involucrar a la ciudadanía global en una respuesta que tenga en cuenta las necesidades de cada contexto. Desde Entreculturas, nuestra apuesta para aunar estos elementos es, sin duda, la educación en contextos de emergencia. Nuestra experiencia nos demuestra que es una herramienta flexible y que se adapta a distintas realidades para contribuir a transformarlas según las necesidades de la población local y a generar capacidades con un gran impacto en las generaciones futuras.
Es cierto que el papel todo lo sostiene, y que estos son grandes desafíos, pero es imperativo que nos hagamos conscientes de ellos, que los reconozcamos con honestidad y humildad y que analicemos nuestro papel con una perspectiva crítica. Todo ello con la mirada puesta en llegar a ser capaces de amplificar la eficiencia, la eficacia y el impacto real de las intervenciones sin retroceder ni un ápice en la humanidad que debe caracterizarlas.
Por este motivo, en este 19 de agosto, Día Mundial de la Acción Humanitaria, invito a ser conscientes de las necesidades de la sociedad global y a celebrar aquellas intervenciones que ponen a la humanidad en el foco de la acción y se centran en la persona, en la comunidad, en el planeta. Desde Entreculturas seguiremos trabajando para que llegue una generación que no tenga que saber qué es eso de la Acción Humanitaria.