Pedro Simón: «Creo mucho en lo extraordinario que hay en lo ordinario»
Pedro Simón, periodista de El Mundo, desvela para Alfa y Omega las claves de su trabajo como «taxista» del periodismo tras haber presentado la Campaña del Día de las Personas Sin Hogar de Cáritas Diocesana de Madrid
Una manzanilla, un café con leche, una conversación inicial sobre el reciente tiroteo de Lewiston en Estados Unidos y Pedro Simón, periodista, contador de historias, da un salto en el tiempo a aquellos comienzos suyos como maquetador en La Opinión de Zamora y se sitúa en el día que tiraron de él para cubrir un incendio con dos bebés muertos. «De ahí viene mi relación con el dolor», aunque a él no le gustaban los sucesos. «Me interesa más la cicatriz que la sangre». Después pasó por Política, España, Educación, pero la realidad es que donde «más cómodo» se siente es en el dolor, porque estas historias «hablan siempre de nosotros; todos tenemos algo que nos quita el sueño de vez en cuando». «¿Por qué es importante hablar de economía, de deportes, del tiempo?», se pregunta. «¿Por qué no es mucho más importante hablar de lo humano, de la muerte, que es algo que nos espera a todos; de los sentimientos, de la soledad, de la culpa, de la familia, de nuestras heridas, de nuestra mierda…?».
Simón es reflexivo y pausado, igual que lo son sus reportajes. Sorprende el tiempo que les dedica —parón para dar las gracias a su periódico, que le permite escribir «a fuego lento»—: semanas, meses, para estar con su entrevistado, para «fusionarte con lo que hay en su casa, hacer fotos…». Es «alguien al que vas a eviscerar» y, por eso, la primera cita es para encontrarle el sentido al reportaje. «Hay que contar las cosas con crudeza, porque si no sería mentir», pero él busca algo «que dé sentido a su dolor, a que se desnude y lo cuente». Sus fuentes son cualquiera, porque «todo el mundo tiene una historia que contar». «Creo mucho en lo extraordinario que hay en lo ordinario»; y su mirada se desvía a la derecha, hacia «esa chica que estoy viendo ahora, con una taza de color naranja y un jersey azul; estoy absolutamente convencido de que tiene una historia que contar, una historia cosida por el dolor, por alguna herida que me va a interpelar a mí de algún modo». Aquí entra en juego la generosidad del entrevistado, su disposición a «contar la parte de su vida que daría para un reportaje». Es una desnudez del alma que él agradece, especialmente, «a esa señora de 70 años que es adicta al crack»; o a ese hombre encarcelado, drogodependiente, con siete hermanos con enfermedades mentales, o a esa chica «que fue violada por su padre entre los 6 y los 16 años. Porque creo que eso le está diciendo a otra que está en su casa: “Amiga, no estás tan sola, a mí me pasó esto y te voy a contar el final, porque el final tiene menos oscuridad y ahora estoy bien y me he levantado esta mañana y hace un sol estupendo, o me estoy leyendo un libro que me flipa”. Esto es la luz del día a día».
Lo importante es el viajero
Sí. A Simón le gusta que sus historias «tengan luz, esperanza, que le digan a la gente algo que a mí me gusta que me diga el periodismo, que son dos cosas: no estás tan solo y no eres tan raro». Y en este camino, el periodista no es más que un taxista, «gente que lleva de viaje a otra gente. Lo importante es el viajero». Es el recorrido que hace, por ejemplo, en su último libro, Las malas notas (Espasa), un recopilatorio de sus mejores textos. Esos en los que, como él dice, habla de las cosas que le asombran. «Perder la capacidad de asombro es perder la mejor llave para trabajar en este tinglado. Si algo no te asombra como periodista, no puedes escribir sobre eso». Hay otras dos capacidades que menciona: empatía e introspección. «Para dar el pésame mandamos un mensaje de WhatsApp… Si no podemos estar con el dolor del otro y no podemos estar con nosotros mismos, ¿con quién vamos a estar dentro de diez años?». Confiesa el periodista que cree en el periodismo que hace de espejo de uno mismo y también en el que «tiende puentes» y quita etiquetas; en el que «desprejuicia, porque ayuda a que conozcas a tu prójimo, que no es tan diferente a ti. Al final todo depende de si sales de una casilla u otra». Ahí está María, pone como ejemplo, que tuvo un accidente de tráfico, estuvo dos días en coma y se despertó con la noticia de que estaba embarazada, «tipo Good bye, Lennin», «y de repente tu red deja de existir y te ves en la calle…».
Una Iglesia situada
A María la conoció Simón en la presentación del Día de las Personas Sin Hogar de Cáritas Diocesana de Madrid, en la que hizo suya una frase de Benedetti: «Me interesa la Iglesia que sabe de qué lado está». «Siempre que aparece el nombre de Cáritas, lo hace con mucho brillo», sostiene el periodista. Y los que están en la calle «saben que ese Dios de Cáritas es de los que está con ellos». En esas historias que a él le cuentan «hay gente que no quiere saber nada de Dios porque considera que Él ha causado su dolor —“me ha quitado a tres hijos en cinco años”— y gente que asegura que se levanta cada mañana gracias a su Dios». Lo dice él, que es «católico porque estoy bautizado, pero no soy creyente», aunque «sí que he ido a iglesias un domingo a echar un rato para hablar con la gente, y me he llevado a amigos que lo estaban pasando mal a una iglesia». Simón y su mujer pensaron no bautizar a sus hijos a la espera de que decidieran, y su hijo mayor, de 19 años, quiso recibir el Bautismo el año pasado. El chaval, si quiere, también tiene una historia que contar…