Crecer a destiempo
Niños que no juegan, que gastan su tiempo en relaciones online, que se encierran, que rechazan el beso a la puerta del colegio, que cambian el uniforme por una ropa excesivamente sexualizada. Niños y niñas que aceleran el ser mayores, acortando la distancia entre el juego y el cortejo
Aun siendo parte de un juego no puedo evitar el vértigo que me provoca esta imagen. La pequeña se hace mayor. Tras ese rostro inocente y esos ademanes de niña, veo el paso del tiempo con una velocidad que abruma. Pienso en mí a su edad, imagino mis juegos y conversaciones, mis inquietudes y miedos. ¿Soy yo o crecen ahora más rápido que antes?
Lo cierto es que los datos que manejan los pediatras y los endocrinólogos apuntan a un fenómeno creciente: el adelanto cada vez más temprano de la entrada en la pubertad en niños y niñas. Un desarrollo prematuro que, en algunos casos, se manifiesta como pubertad adelantada (entre los 8 y 9 años en niñas y entre los 9 y 10 años en niños); o como una pubertad precoz, (antes de los 8 años en niñas y antes de los 9 en niños).
Sea cual fuere la tipología, lo cierto es que la edad del inicio de la pubertad y la llegada de la primera menstruación ha ido disminuyendo a un ritmo de tres meses por década en los últimos años. Las causas son diversas, pero ninguna lo suficientemente clara como para dar diagnósticos generales. Hay tesis que apuntan en los niños a enfermedades del sistema nervioso y en niñas al exceso de peso, agudizado durante la pandemia, o a los compuestos químicos que nos rodean y que se ingieren con determinados tipos de alimentación. Hay otros estudios que hablan de una excesiva exposición a la luz azul procedente de los móviles y las tabletas, como concluyen algunas investigaciones presentadas en la 61 reunión anual de la Sociedad Europea de Endocrinología Pediátrica en La Haya.
Todo esto lleva a los que viven esta pubertad precoz o prematura no solo a una serie de cambios fisiológicos y psicológicos, sino también a consecuencias en el ámbito psicosocial —baja autoestima, introspección, dificultad en las relaciones interpersonales, conflictos internos o una excesiva sexualización—. Y genera una brecha entre los niños que aún no han iniciado este proceso y los que empiezan a asumir comportamientos no acordes con su edad biológica.
Al margen de estos fenómenos que, aunque van en aumento, no superan la excepcionalidad, es cada vez más frecuente ver a niños y, sobre todo, niñas comportándose o abrazando la adolescencia con los dientes de leche aun por caer. Niños que no juegan, que gastan su tiempo en relaciones online, que se encierran, que rechazan el beso a la puerta del colegio, que cambian el uniforme por una ropa excesivamente sexualizada. Niños y niñas que aceleran el ser mayores, acortando la distancia entre el juego y el cortejo; niñas que se exhiben en TikTok con fotos sensuales o contoneándose mientras practican twerking.
¿Es la moda? ¿Es la educación? ¿Es la falta de tiempo para la vigilancia? ¿Es que hemos claudicado ante una tendencia que parece querer acortar la infancia?
Hace tiempo, la que pierde sus pies en los zapatos me miró muy seria y me dijo que no le gustaban los adolescentes. Que ya no quieren jugar. Le dije que quedaba mucho para eso. Mientras, pensaba en mi yo en plena pubescencia buscando la soledad para poder seguir, sin testigos, peinando a mis muñecas.