Se sabe que, ya en la Edad Media, Covadonga era un lugar de peregrinación y que, en el mes de septiembre, había unos días extraordinarios. Hoy, varios siglos más tarde, la tradición ha ido evolucionando, pero las motivaciones siguen siendo las mismas.
Unas dos mil personas, procedentes de toda Asturias, suben hasta el santuario de Covadonga todos los años para participar en la tradicional Novena a la Santina, que comienza el 30 de agosto y finaliza el 8 de septiembre, fiesta para toda Asturias y momento álgido en el santuario mariano.
La tradición de subir a Covadonga durante la novena está muy extendida entre los asturianos. La Santina, una verdadera madre entre las montañas, acoge peticiones de todo tipo, promesas y también agradecimientos. Hablar con las personas sobre sus motivaciones para acudir a la Virgen es, muchas veces, obtener unas escuetas explicaciones, y a la vez provocar las lágrimas del asturiano, gente profunda, recia, noble, y poco dada a los sentimentalismos.
En cada edición de la Novena, se busca un tema como hilo conductor. El año pasado, el tema elegido fue el Año de la fe. En esta ocasión, se quiso recordar el paso de san Juan Pablo II por el santuario, hace ahora 25 años, los días 20 y 21 de agosto de 1989. Aquel viaje marcó profundamente la vida de muchos asturianos. Fue una visita relámpago, pero a Juan Pablo II nunca se le olvidó el recuerdo de Covadonga, la Santina, las montañas y el paisaje -«¡Qué lugar tan hermoso!», exclamó desde el helicóptero que le llevaba al santuario desde Oviedo-, y desde luego a los asturianos nunca se les olvidarían sus palabras, con aquellas alusiones al trabajo, y al significado de Covadonga para Occidente:
«Covadonga es una de las primeras piedras de Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio… Pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a la raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!».
Pero, sobre todo, quedaron sus gestos, como aquella larga oración en silencio frente a la imagen de la Santina en la Cueva, que parecía no tener fin…
La noche anterior, había llegado con fiebre, y hasta había agradecido que le llevaran la cena a la habitación. Cuando todos se esperaban lo peor, sorprendió a la gente levantándose el primero y haciendo oración por su cuenta en la Santa Cueva. «Era un hombre de una fe a lo polaco», afirmó en más de una ocasión monseñor Gabino Díaz Merchán, entonces arzobispo de Oviedo: «Incombatible, firme, acostumbrado a la lucha».
Aquella fuerza logró transmitirla en Asturias, y veinticinco años más tarde, precisamente en el año de la canonización de este gran hombre, su figura, su fortaleza y sus palabras, resuenan más en el valle del Auseva, haciéndose más visibles que nunca: «Santina de Covadonga: ¡Tú eres la Sierva del Señor, nuestra Madre y Reina!».