Cosas de familia - Alfa y Omega

Esa tarde estábamos revisando el orden de la habitación. La casa estaba muy limpia. Los tres chicos, de distintos países, eran muy cuidadosos. Uno de ellos, de un pueblo de Gambia, me invitó con alegría a que pasase y viese su cuarto. Quería mostrarme algo importante: sobre su cama había dos peluches pequeños de colores llamativos. «Me los regaló un amigo cuando llegamos a España y nos separamos. Para que me acordase de él». Los primeros días apenas hablaba español. Se movía tímidamente, como pidiendo permiso. Y lloraba mucho. Lloraba al recordar su infancia. Lloraba al contar su viaje. Lloraba ante tanta soledad. No sabía nada de su abuela, la única persona que le había cuidado. Pronto empezó un curso de electricidad. Quería aprender todo lo que pudiese. El primer mes sentía fuertes dolores de cabeza. Casi a diario. «Me agobio, porque no entiendo bien». Pensaba que nunca lo conseguiría. ¿Cómo iba a ser electricista un chico analfabeto africano? Pero lo superó. Después llegó la tarjeta roja, el documento que le permitiría trabajar. Al salir de la Oficina de Extranjería besó el cartón y se hizo una foto. Soñaba con esa oportunidad desde antes de pisar la península. Después vino más formación. Un día llegó orgulloso con un portafolios lleno de hojas. Los títulos que había conseguido: carretillero, manipulador de alimentos, clases de español. Los sacamos uno a uno. Él reía. Estaba feliz. «Hay que estar cerca de personas que te ayuden a superarte, a ser mejor, a ponerte nuevas metas», comentaba. «Vosotros me habéis ayudado en eso». ¡Qué esperanza descubrir personas que conservan la inocencia! Incluso después de haber experimentado el abuso, la crueldad, el rechazo.

Comenzó la búsqueda de empleo. Imprimir y enviar currículos. Pero no le llamaban. «Es más difícil encontrar trabajo que llegar a España», decía. «¿Crees que no me quieren por algo?», se inquietaba. «Tranquilo, lo conseguirás. Es difícil para todos». Llegó el momento de buscar otra habitación. Estaba asustado. Pero conoció a Antonio, un chico español que le ha enseñado a cocinar paella. «¡Y hacemos cosas juntos!», decía orgulloso. Este 31 de diciembre cenó con él. Nos contó los preparativos, las uvas, las conversaciones y la velada. «¡Tengo un amigo español!». Ha comenzado a formarse en jardinería. Pero intenta acercarse a saludarnos a su antigua casa todos los días. «Esta es mi familia», nos dice. Qué gran regalo formar parte de la tuya. Sí, él es «mi madre, mi padre y mi hermano».