Correa, que es dogal
Cuando escribo estas líneas me encuentro en Guayaquil, la ciudad ecuatoriana que el Papa Francisco dejó hace una semana. Los medios de comunicación han sido muy complacientes con el régimen de Correa. Bueno, es bien sabido que aquí hay pocos medios independientes: Correa ha querido taimadamente apropiarse el discurso de Francisco. La prensa que se aleja de las directrices del presidente de la República dice que el Papa ha unido a un país severamente dividido por el socialismo real. No creo que la presencia del Santo Padre haya sido la del hada madrina que transfigura la realidad con un gesto. El Papa sólo buscaba poner a Cristo en el corazón de cada ecuatoriano, pero en sus palabras se encontraban las bases de un desarrollo acorde con la dignidad y las libertades del ser humano. Lo mismo hizo en esta tierra san Juan Pablo II, hace ahora treinta años, cuando dijo a los indígenas ecuatorianos: «Queréis ser respetados como personas y como ciudadanos. La Iglesia hace suya esta aspiración, ya que vuestra dignidad no es menor que la de otra persona o raza».
En su discurso de bienvenida en el aeropuerto, Correa insistió en la necesidad de redistribuir la riqueza que se encuentra concentrada en pocas manos. Quiso enfatizar, delante del Papa, su proyecto de fiscalizar las herencias, el impuesto de sucesiones, que tiene al pueblo en vilo. En este punto he de decir que la familia que me acoge en su casa es de clase humilde, y su patrimonio también queda tocado en su línea de flotación con las disposiciones confiscatorias de Correa. Pocos saben que el 25 de junio, Guayaquil fue un clamor contra los nuevos proyectos de ley de Correa, miles de ciudadanos se manifestaron por las calles contra los modelos de gestión del régimen. Correa se ha atrevido a decir recientemente: «Con los pobres unidos, ¡no hay quien nos pueda vencer!» La suya es la típica requisitoria de fuste dictatorial; no le interesa ni el debate político ni la presencia de una oposición visible, y asusta a la nación con un falso «golpe de Estado blando» de la oposición.
La Iglesia no esconde la cabeza, el arzobispo de Guayaquil, monseñor Antonio Arregui, tras la visita pastoral de Francisco, declaró que al Santo Padre no se le puede manipular, y que «Francisco ha logrado mantenerse en un plano diferente de nuestra diaria tensión y pelea por motivos políticos». Los sacerdotes de aquí dicen muy orgullosos que los obispos se ponen muy machos en la defensa de los Derechos Humanos. La Iglesia no quiere a Ecuador con dogal. La libertad de los hijos de Dios necesita un territorio libre de ideología donde moverse.